María

María es una de esas mujeres de las que hay mucho que decir. Al contrario de la mayoría de mujeres que se nombran en el Nuevo Testamento, de María sabemos mucho. Tanto, que se hace difícil hacer un breve retrato de ella en unas pocas líneas.

En la primera mención que de ella tenemos en la Biblia, la vemos como una joven de no más de 15 años que vivía en una aldea insignificante de Nazaret, en Galilea. Venía de una familia pobre pero honorable y piadosa. María había aprendido las Escrituras desde niña y sabía muchas de ellas de memoria, tal y como lo muestra su Magnificat. Ella sabía que Dios había prometido enviar al Mesías, a Aquel que rescataría al pueblo de Israel.

María estaba comprometida con José, tal y como era la costumbre de la época, y se casarían en el transcurso de un año. Ella estaba dedicándose durante ese año a aprender cómo ser una buena esposa y madre judía. José era un buen hombre, piadoso y responsable. Un carpintero acostumbrado al trabajo duro.

Hasta que lo “normal” e “insignificante” cambió y se convirtió en eso que solo Dios puede hacer: un milagro transformador.

Lucas 1 nos da el recuento de su encuentro con el ángel, encuentro que cambiaría no solamente su vida, sino la humanidad al completo.

Lo que más me gusta del relato de María y el ángel es que, aunque ella no era capaz de entender por completo lo que el ángel le estaba diciendo, ni mucho menos ver el impacto que eso tendría en su vida, estuvo dispuesta a hacer lo que debía hacer, lo que sabía que Dios le estaba mandando hacer.

El siervo del Señor escucha y obedece… aunque no entienda.

A través del relato de la vida de María podemos extraer varias cualidades de su carácter:

María meditaba antes de hablar (Lucas 1:29, 2:19; 2:51)

María fue testigo de hechos asombrosos que, muchas veces, le sobrepasaban. Lo que ella hacía era guardarlos en su corazón, meditar en ellos y llevarlos ante el Señor en lugar de hablar de lo que no comprendía.

María era una mujer de fe (Lucas 1:38)

Toda la situación con el ángel fue algo muy difícil de comprender de manera racional. La única manera de aceptar lo que estaba pasando era por medio de la fe. No preguntó por qué, no se rehusó, no se lo tomó a risa (como Sara) ni se negó a aceptar lo que Dios quería que pasara. María creyó, a pesar de todo.

María era una mujer de obediencia (Lucas 1:38; Juan 2:5; Mateo 1:24, 2:14)

No solamente creyó, sino que actuó de acuerdo a su fe en obediencia plena a Dios durante toda su vida. Su definición es la de “sierva del Señor” y como tal se comportó en todo momento.

María era una mujer de la Palabra (Lucas 1:46-56)

Su oración, conocida como el Magnificat, hace alusión al Pentateuco, a los Salmos y a los profetas. Muestra gran comprensión de la obra que Dios hizo en el pasado con el pueblo de Israel y sabía que enviaría a un Mesías. Cada versículo muestra su profundo conocimiento de la Palabra y su estrecha relación con el Señor.

¡Hay tanto que aprender de María! Es una mujer a la que, sin duda, podemos imitar en aspectos diversos de nuestra vida. Personalmente, me quedo con su obediencia. Ser la sierva del Señor sin duda tiene un precio enorme, pero ¡oh! ¡Qué hermosa recompensa! ¡Qué maravillosa vida de rendición al Señor y a Sus propósitos en cada una de nosotras!

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