Mientras todos ríen tú lloras

“Cercano está Jehová a los quebrantados de Corazón; y salva a los contritos de espíritu.” – Salmos 34:18

Literalmente todos a mi alrededor gritaban de felicidad, reventaban globos, saltaban y se abrazaban unos a otros. Yo estaba sentada sola y limpiándome las lágrimas, siendo el parche de aquel festín.

Tenía 17 y estaba iniciando el año escolar. Hacía poco tiempo que había salido del hospital y me sentía débil después de haber estado en cama. Yo no sabía lo que pasaba con mi cuerpo, según los médicos no me quedaba mucho tiempo de vida. Debido a mi estado de salud tuve que cambiar de ciudad, un lugar completamente diferente, y ahí estaba yo, sentada en el salón de clases, viendo cómo todos esos chicos y chicas festejaban su reencuentro.

Antes de eso todo era perfecto, todo estaba en el lugar donde tenía que estar. Pero de repente la felicidad se me desapareció como agua que se va de las manos. Era feliz hasta que comencé a sentir mucho dolor; derramaba lágrimas interminables, sentía angustia después de cada encuentro con los médicos, lloraba porque todo lo que estaba sucediendo conmigo estaba fuera de mi alcance.

Tuve que dejar lo que me era familiar, despedirme de mis amigos, de la ciudad en la que crecí, comenzar de nuevo en un lugar que no deseaba y con un problema cardíaco que me impedía ser tan activa como antes. 

Estaba sola, fuera de mi familia no tenía una amiga cercana. La alegría y vitalidad de mis primeros años de juventud se deterioraban con la pérdida y soledad que carcomía mi interior. Nunca olvidaré aquel lunes con mi cara agachada y paso lento; me habría campo por entre los que serían mis nuevos compañeros, realmente era difícil sonreír en esos momentos. Ni siquiera tenía el deseo de intentar hablar con aquellos extraños a mi vista y a la vez a nadie parecía darle importancia.

Como Noemí, sentía la pérdida de lo que más amaba, me habían desgarrado de un solo tirón una parte importante de mí misma. Ese dolor me consumía hasta los huesos y sentía que nada podría consolarme, ni salir a conocer la nueva ciudad, ni mis padres que me alentaban a caminar un poco más, ni hacer nuevas amigas, ni involucrarme en las actividades programadas por el colegio. ¡Nada me podía devolver la felicidad que antes yo tenía!

Estaba quebrantada, y Dios lo sabía.

Pasé mucho tiempo así, deseando en lo más profundo de mis entrañas un abrazo de alguien más fuerte que yo que pudiera liberarme de ese padecimiento.

Sabes, hay dolores que puedes soportar, controlar, y hasta puedes convivir con ellos, pero hay una clase de dolor que excede tus límites, una agonía interior que te sobrepasa. Es ese dolor producido por el quebranto, pues cuando estás rota por dentro llorar no te basta para solucionar las cosas. En el naufragio de tu alma necesitas a alguien más poderoso que tú que pueda hacer lo que tú eres incapaz de hacer.

Cercano está Jehová…

El llanto puede ser amargo, las noches pueden sentirse desesperadamente solitarias y vacías, puedes sufrir sin que nadie lo sepa, pero cercano está Jehová. Dios toma en cuenta cada lágrima derramada, cada dolor profundo Él lo hace como propio porque su amor sana a los contritos de espíritu.

Un día de esos de no tener más lágrimas para llorar y tratando de convivir con el dolor, el Señor me sorprendió de una forma que no me esperaba. Con voz suave me dijo: “Me has pedido un abrazo sincero, yo te abrazo, siéntelo hoy, y ahora termina lo que comenzaste”. Ese día lloré de alegría, sentí el consuelo de Dios, volvió la esperanza en mí, los sueños apagados por el quebranto tomaron nuevamente forma, yo volví a escribir.

No lo sientas lejos, Él está cerca: En medio del dolor llora de alegría porque nacerá esperanza donde no hay.

Por Angélica Jiménez

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