Mil bendiciones… para empezar

Hace unos años, en la providencia y misericordia del Señor, cayó en mis manos el libro de Ann Voskamp sobre la gratitud, donde la autora recomienda anotar cada día las bendiciones del Señor. Si escribes, por lo menos, tres acciones de gracias cada día, al año tendrás mil o más. Ella recomienda convertirnos en cazadoras de motivos para dar gracias.

Cuando comencé a hacer mi lista me preguntaba cómo lograría hacer eso. “¡Pasará mucho tiempo para llegar a esa meta!” Lo cierto es que ya hice una lista completa y voy por la segunda. ¡Y de cuánta bendición y consuelo ha sido para mi vida este ejercicio!

¡Tenemos tanto que agradecer! La forma cómo Dios nos ha hecho y todo lo que compone nuestros cuerpos (Sal. 139:13-18); por el aire que respiramos; por todo lo que Dios nos provee cada día, que no merecemos y que muchas veces pasa desapercibido; aun por las enfermedades y problemas, que también provienen de la mano de Dios, para Su gloria y para nuestro bien, aunque no lo entendamos. La Escritura nos dice que debemos dar gracias en TODO (1Tesalonisenses 5:18), aun en las aflicciones, pues el Señor las utiliza para nuestra santificación.

Esta disposición de tomar tu libreta cada día te hace ser más consciente de la amorosa mano de Dios alrededor tuyo y de los demás, pues debemos gozarnos con los que se gozan. También te ayuda a ser más reflexiva al leer la Palabra de Dios, dando gracias por todas Sus enseñanzas; por ejemplo, al pensar en Dios y Sus atributos y cómo se manifiesta a cada momento en nuestras vidas.

Todo eso se añade a nuestra lista y nos mueven a alabarlo y amarlo más. Lo mismo sucede al reflexionar en el Evangelio de Cristo como Buenas Nuevas de salvación, ¡de nuestra salvación! El privilegio de poder decir: “Dios con nosotros”.  ¡Cuán agradecidas debemos estar de ser llamadas hijas de Dios! 

¿No es grandioso? Luego podemos repasar y recordar constantemente las misericordias y fidelidades de Dios. Este acto de detenerme a pensar cada día en Sus misericordias y Su gracia ha sido transformador para mí. Me ha humillado al reconocer que no merezco nada y que todo lo que tengo es por Cristo mi Señor.

Ahora vivo más consciente de Su presencia constante al admirar Sus obras maravillosas. Esta preciosa disciplina me ayuda a degustar la bondad de Dios (Salmo 34:8). Definitivamente ha sido un antídoto para el descontento, la amargura y la depresión que muchas veces se producen al llevar contabilidad de todo lo que, según nuestra perspectiva, llamamos malo. 

Yo he estado ahí y me imagino que ustedes también. Ahora digo como Pablo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”, Filipenses 3:12.  El Señor tiene mucho trabajo por hacer en mí todavía, hasta que lleguemos al cielo.

La ingratitud pone un velo en nuestros ojos – muchas veces he tenido que pedir al Señor que los abra, que les eche colirio, para ver por doquier los destellos de Su grandeza, majestad y amor.

Así que, querida hermana, “tengamos gratitud y mediante ella sirvamos a Dios, agradándole con temor y reverencia”, Hebreos 12:28. De ese modo nuestro Dios será glorificado y nuestras almas bendecidas de múltiples maneras.

¡Que el cielo se llene de todas nuestras alabanzas y acciones de gracias para traer gozo al corazón de Dios y a los ángeles que también se gozan al mirar el poder del Evangelio en mujeres pecadoras!

Por Gloria de Michelén

Loading controls...