Mis dos opciones

Cada vez que empieza un nuevo día tengo dos opciones: abrazarlo o rechazarlo. Verás, está claro para todos que ya sea que nos guste o no, el día va a seguir y con él nuestras horas. PERO aun así tengo dos opciones.

La opción de abrazar el nuevo día, es decir, aceptarlo como venga, con inconvenientes y todo.

La opción de rechazarlo porque llegó y las cosas no van como yo pensaba o quería, o siquiera imaginaba.

Hubo un tiempo en mi vida en que siempre escogía la segunda opción y, por supuesto, llenaba el día de muchos momentos infelices. Voy a salir y está lloviendo… me incomodaba. Esperábamos una visita que a última hora no pudo llegar… cómo me molestaba. Alguien o algo no cumplía con las expectativas que en mi mente yo había fabricado… se desataba una tormenta que me afectaba no solo a mí sino a los que estuvieran a mi alrededor. Y la lista pudiera continuar.

Hasta un día en que poco a poco, de manera muy sutil, Dios empezó a confrontarme usando diversos métodos. Incomodarme con la lluvia, por ejemplo, era hasta cierto modo incomodarme con Dios porque a fin de cuentas, Él sabe cuándo debe llover y cuándo no. ¿Que los planes no salieron como yo esperaba? Una oportunidad para aprender a ser flexible y buscar un Plan B. Algo que tenemos que practicar constantemente en la vida cotidiana. Muchas veces el Plan A  no resulta, es bueno aprender a pensar en un Plan B. 

¿Las expectativas no se cumplieron? Eso me ha enseñado a otorgar gracia a los demás. A mí misma. Recordar que somos seres humanos muy imperfectos y el perfeccionismo, a la larga, es una raíz de orgullo y autosuficiencia. Solo Dios puede satisfacernos al 100%.

Todas estas actitudes son el resultado de escoger la opción número dos y, por consiguiente, derrochar un día. Rechazar la oportunidad que Dios me da de vivir y aprender, y dejarme moldear.

Escoger la opción uno no es fácil. En honor a la verdad la segunda es mucho más cómoda y, sí, humana. Pero esta primera opción, la de aceptar el día tal y como llegue, me hace más como Jesús quien también tuvo dos grandes opciones: venir a la tierra, sacrificarse y morir para así ocupar nuestro lugar; o, seguir tranquilamente en Su mundo celestial y ahorrarse muchos momentos amargos, aguaceros, cambios de planes, expectativas no cumplidas, etc.

Hace un tiempo ya le dije a Dios que quería vivir cada día siguiendo la primera opción. Todavía lucho porque la segunda muchas veces me resulta demasiado atractiva, pero no me enfoco en ganar la guerra, sino, con el poder de Dios, en ir ganando batallas, aunque sean pequeñas. Oro así: Señor, ayúdame a vivir este día como tú quieres que lo viva, y que no desperdicie yo la oportunidad. Permíteme verte y escucharte hoy, y que otros puedan verte a ti en mí. Amén.

En este nuevo día, en una nueva semana, te propongo un desafío: prueba vivir con la opción uno, abraza cada día tal y como venga, dale gracias a Dios y pídele que te ayude a vencer las batallas que se presenten. Recuerda, estamos en el equipo ganador porque nuestro propio líder ya lo dijo: “Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo” (Juan 16:33, NTV).

Vive esta semana como Dios lo diseñó. ¡Bendiciones!

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