No al castigo, pero sí a la disciplina

Muchos padres cometen el grave error de pensar que con levantar la voz, articular furiosamente y dar órdenes que se deben cumplir, están educando a sus hijos. Nada más alejado de la verdad, pues hay un abismo que diferencia la verdadera disciplina del castigo infundado y vano. No hay niños perfectos. Ellos necesitan disciplina, responsabilidad y formación. 

Esta es la diferencia entre la disciplina y el castigo:

- El propósito de la disciplina es promover el crecimiento. Si amas a alguien, esa persona te va importar lo suficiente como para corregirla. El propósito del castigo es provocar una penalidad. 

- El enfoque del castigo está en el pasado – lo que has hecho mal. El objetivo de la disciplina está en el futuro – lo que puede ser.

- La actitud detrás del castigo es la ira. La actitud detrás de la disciplina es el amor.

- Amar necesita disciplina, se debe disciplinar pero no castigar; el castigo dice al niño que se le rechaza por considerarlo malo o inadaptado.

- La disciplina Infantil empieza desde que un niño tiene la capacidad de entender, es decir desde que nace.

- El castigo le dice al hijo que se le rechaza por considerarlo malo o socialmente inadaptado. Pero la disciplina infantil le dice que es amado por sus padres y que éstos hacen un esfuerzo por formarlo debidamente.

- El castigo va contra ellos, mientras que la disciplina infantil va contra la acción.

- El escarmiento es motivado por la venganza; la disciplina tiene como meta la corrección y la enseñanza.

- El castigo es mayormente el fruto del coraje y la ira del momento; la disciplina infantil es fruto del amor.

- Castigar a un infante es extremo y brutal; la disciplina es equilibrada y limitada. El castigo es injusto e inesperado. El amor es justo y esperado. El maltrato es degradante y desmoralizador.

- La disciplina infantil sustenta la dignidad y fortalece la autoestima. El castigo crea terror y provoca daños emocionales; la disciplina infantil conduce a un sano respeto por la autoridad.

- El castigo puede aplicarse arbitrariamente; la disciplina siempre se razona.

Vivimos en una época de extremismos. Con mucha frecuencia caemos o en los extremos del castigo destructivo que marca para siempre al hijo, o nos vamos al extremo permisivo donde la criatura se cría sin ninguna regla y permitiéndole ser amo y señor de la casa.

Pero sin duda alguna existe el lugar intermedio donde hay un balance y una crianza sana y robusta. Es en ese punto medio donde se encuentra el amor. Tenemos que amar entrañable e incondicionalmente a nuestros hijos, pero también debemos disciplinarlos, precisamente porque les amamos.

Para amarlos debemos respetarlos y no destruir su autoestima. Contrario a la confianza, está el descargar sobre los hijos nuestro coraje e impaciencia y echar en cara sus torpezas, fallas y malas acciones sin transmitirles la seguridad que tenemos de que pueden cambiar. Por eso nunca debemos decir “eres malo”, sino “lo que hiciste es una acción mala”.

“Disciplina a tus hijos mientras haya esperanza; de lo contrario, arruinarás sus vidas”, Proverbios 19:18.

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