No dejes que tu hijo piense «hay algo en mí que es un error»

Ante el comportamiento de los hijos, los padres, en su mayoría, no corrigen la acción, sino que solo colocan una etiqueta con la palabra «error» en ellos. Un ejemplo muy usual en estos días lo vemos cuando nuestros hijos traen las calificaciones, una situación que puede provocar dos situaciones diferentes: 

- Observamos que algunas de las calificaciones son bajas y nos preocupamos. Así que les preguntamos: «¿Por qué?» o «¿A qué se debe?». Luego, damos una larga lista de lo que se debería hacer al respecto y concluimos con temerarias amenazas de lo que va a pasar si las calificaciones siguen en ese nivel. No obstante, no tomamos en cuenta otras buenas calificaciones que han tenido nuestros hijos.

- Elogiamos las buenas calificaciones y les damos palabras de bendición, animándolos a seguir haciendo bien las cosas. Además, si encontramos alguna calificación baja, conversamos al respecto buscando juntos las soluciones.

Nuestra vida está llena de decisiones: «Qué comeremos, qué vestiremos, qué ruta tomaremos para llegar a nuestro destino». En fin, vamos tomando innumerables decisiones a medida que pasa el tiempo. Sin embargo, una de las decisiones más importantes que tomamos a diario, aunque de manera poco consciente, es bendecir o maldecir a quienes nos rodean.

Veamos, ¿te identificas con alguna de las siguientes frases? 

- ¡Ya me tienes harto!

- ¡Ya me cansaste!

- ¡Me sacas de quicio!

- ¡Qué tonto eres!

- ¡Eres desesperante!

- ¡Estás hablando tonterías!

De la misma manera que los padres reclamamos respeto de parte de nuestros hijos, ellos tienen el derecho de recibir de nosotros palabras de bendición constantes. Una de las cosas más devastadoras en los niños y los adolescentes es escuchar de parte de sus seres más queridos, sobre todo de papá y mamá, palabras de desprecio que los invalidan como seres humanos.

Es una tragedia cuando un hijo siente que nunca podrá agradar a sus padres. Nuestros hijos serán fuertes en carácter si a menudo les reafirmamos su valía y les mostramos nuestra admiración por las cosas que hacen.

Hemos conocido genios que debieron brillar gracias a la virtud que poseían de absorber todo el conocimiento académico posible. Sin embargo, la falta de carácter fue la principal piedra de tropiezo para su estancamiento y terminaron haciendo cualquier cosa en su vida profesional.

Con las presiones económicas y sociales que existen en la actualidad dentro de la sociedad, es muy difícil que decidamos separar cada día un tiempo para dedicarnos a los dos tercios de la ecuación que no se atienden. Imagínate diciendo algo así de una forma muy entusiasta: «A partir de la siguiente semana, voy a separar los lunes, miércoles y viernes, de cinco a siete de la noche, y los sábados por la mañana para enseñarles buenos principios a mis hijos y fortalecer su carácter». Por lo general, eso no ocurre, pero es en esa convivencia diaria cuando vamos estableciendo esos principios con el ejemplo que damos, con las palabras que pronunciamos y con el trato que les prodigamos.

Cuando un niño recibe un calificativo de connotaciones negativas de parte de alguna persona con la que no tiene ninguna relación afectiva, por ejemplo, el heladero que pasa por la calle, es muy probable que esto no lo dañe y que todo se reduzca a un intercambio de palabras ya que no hay un vínculo sentimental de por medio. No obstante, cuando alguno de los padres lanza un calificativo hacia su hijo, esto empieza a definir una identidad.

Ya sea con palabras positivas o negativas, la identidad y el destino de nuestros hijos lo vamos forjando con nuestras palabras. Cuanto más cercano seas de una persona, más profundamente penetrarán tus palabras y, por tanto, más profundo será el dolor que le podamos causar.

Es hora de que pienses en las palabras que a diario le das a tu familia. Es hora de que te animes a ser de bendición.

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