No te esfuerces tanto

Seguro que al leer el título pensaste que esto contradice muchas de las cosas que he escrito en artículos anteriores. Sigue leyendo.

Siempre me han gustado los primeros lugares. Escribirlo es mucho más fácil que aceptarlo, créeme. Desde que era niña, en la escuela me gustaba tener las mejores notas, ganar concursos y, siempre que pudiera, ser la mejor estudiante. Me esforzaba por lograrlo pues no siempre era tan fácil ni tan divertido.

La realidad es que eso está bastante arraigado en el ser humano y lo trasladamos a todas las esferas de la vida. No importa donde estemos ni lo que seamos, lo mismo en el mundo empresarial que si se trata de una mamá que está en casa con sus hijos. No hay nada de malo en tratar de destacarse y ser bueno en lo que uno hace, siempre y cuando la motivación sea correcta. El problema está cuando nos esforzamos demasiado… por gusto, y al final no quedamos satisfechas. ¿Será porque a pesar del esfuerzo me falta el ingrediente principal?

Unos pescadores llevaban toda la noche pescando y regresaron a la orilla con las manos vacías. No eran aficionados. Eran pescadores de profesión que sabían lo que hacían y se esforzaban por hacerlo bien. Convencidos de que ese día ni sus mejores esfuerzos lograrían nada, estaban ya lavando las redes y preparándose para ir a casa cuando Jesús se les acerca y les dice que lo intenten de nuevo. Simón, también conocido como Pedro, fue el primero en responder, tal y como sucedió en otras ocasiones.

«Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada —le contestó Simón—. Pero como tú me lo mandas, echaré las redes.»

¿Leíste bien eso? Trabajaron duro toda la noche, se esforzaron… pero no pescaron nada. ¿Alguna vez te has sentido así… que trabajaste muy duro, todo el día o la noche, y no lograste nada? ¿Y qué tal si llevas días, semanas, meses esforzándote y todavía no ves resultados?

Mira cómo terminó el día para aquellos pescadores:

«…recogieron una cantidad tan grande de peces que las redes se les rompían. Entonces llamaron por señas a sus compañeros de la otra barca para que los ayudaran. Ellos se acercaron y llenaron tanto las dos barcas que comenzaron a hundirse.»

¿Cuál fue la diferencia, si era el mismo lago, los mismos pescadores, la misma barca y las mismas redes? La diferencia estuvo en la intervención de Jesús. Me encanta como lo dice Rachel Olsen en su libro It’s no Secret: «Cuando dejo de intentar crear una vida por mí misma, encuentro la vida que Él [Dios] crea para mí».   

Cuando, a pesar de nuestros esfuerzos, dejamos que Él lleve la voz cantante, cualquiera de nuestras empresas tiene el triunfo garantizado. Incluso cuando nos parezca que es mejor recoger las redes y dar por terminada la jornada. Si Él te dice que lo intentes otra vez, no lo dudes, vuelve a hacerlo. Estoy segura de que al final terminarás con «tantos peces» en tu red que tú misma quedarás asombrada. Y lo mejor, irás a casa satisfecha sea que ocupes el primer lugar o no. Sea que te tome un mes o un año. Te lo digo por experiencia propia.

Te comparto un buen versículo para memorizar esta semana: "Pon todo lo que hagas en manos del Señor, y tus planes tendrán éxito" (Proverbios 16:3, NTV). 

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