Nunca se es demasiado viejo para decir sí al llamado de Dios

“Clase del 2015: 600 personas que podrían cambiar el juego en 20 industrias, transformando al mundo”. El titular en la portada de una famosa revista anunciaba el artículo con una lista de 30 destacadas personalidades, menores de 30 años, quienes están haciendo historia con sus avanzados negocios y descubrimientos. Son científicos, programadores de aplicaciones, abogados con servicios en la Internet y genios de las redes sociales, por nombrar a algunos.

Es increíble ver a estos rostros tan jóvenes invadir los titulares, con cuentas bancarias y fortunas que ascienden a millones de dólares en un período de tiempo tan corto. Sus rostros resaltan en las páginas de la revista. Lógicamente. Ellos piensan que están realizando sus sueños. Temprano. Muy temprano.

Me quito el sombrero. Son creativos, emprendedores y trabajan duro. Entiendo su emoción. Yo empecé mi primer negocio en Brasil cuando tenía 21 años, recién graduada de la universidad. Y a pesar de que eventualmente tuve mucho éxito, esto no ocurrió de la noche a la mañana. De todas maneras recuerdo haber pensado que me encontraba ciertamente en la cima del mundo. En aquel entonces creí ir por la vía rápida hacia la satisfacción plena en mi vida, cegada por la idea falsa de que el éxito financiero y profesional era sinónimo de plenitud y gozo.

La portada de la revista me hizo pensar en otro artículo reciente, un giro interesante del concepto de sentirse realizado. La historia era sobre una mujer muy exitosa quien se hallaba vacía e insatisfecha. Al acercarse su cumpleaños 40, ella empezó a pensar acerca de su rutina y se dio cuenta de que nada en su agenda satisfacía los deseos de su corazón.

Ella patinaba sobre hielo de niña y había dejado de entrenar cuando fue obvio que no estaba apta para alcanzar el sueño Olímpico. Mientras le buscaba sentido a su vida, se dio cuenta de que sus días de patinaje sobre hielo habían sido los más alegres. Hoy, ella es la única mujer de 40 años de su vecindario que se encuentra patinando sobre hielo cada martes y jueves por las mañanas, mientras toma lecciones con niñas de 7 y 8 años de edad.

Su historia me hizo sonreír. Cuando mi cumpleaños 40 se acercó, sentí que Dios me llamaba a salir de mi zona de comodidad hacia un territorio desconocido, mientras Él aclaraba que yo debía comenzar un ministerio como escritora y oradora. Fui retada a comenzar algo nuevo, en una etapa de mi vida donde la mayoría de la gente tiene carreras completamente establecidas.

Recordé las excusas de Moisés cuando Dios le llamó para liberar a Israel de Egipto. “No puedo, Señor”, murmuré. Me sentí inadecuada, no apta para la tarea. Al compartir mi visión con las personas que me rodeaban, recibí apoyo de mi familia y varios amigos, pero también mucha resistencia y escepticismo de parte de otros. Aun así, el deseo seguía.

A una edad donde los titulares gritaban que era demasiado vieja para empezar a cumplir mis sueños, yo elegí salir de mi territorio familiar y decir sí al llamado. Yo no vi los próximos pasos, pero confié que aquel que había comenzado el trabajo en mí me guiaría. Y así ha sido. Cada paso de obediencia ha sido honrado con una puerta abierta tras otra y un sentido de paz incomparable, gozo verdadero y satisfacción plena que continúa hasta hoy día.

No es fácil cambiar el trayecto de la vida profesional o ministerial y sumergirse en las sombras de lo desconocido. Pero soy la prueba contingente de que, a pesar de la edad y de la etapa en la que usted se encuentre en su vida, lo mejor es conquistar sus temores y seguir la dirección de Dios. Porque Él siempre honra a aquellos que dan el paso adelante, con las rodillas temblando, hacia la dirección que Él les muestra.

 

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