Ojos velados

“Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen.” – Lucas 24:15-16

La vida cristiana es un Camino y nosotros podemos distraernos y perdernos lo importante del viaje. ​Tú y yo caminamos acompañados por Jesús en nuestra vida cotidiana como los discípulos caminaron con Él rumbo a Emaús después de su resurrección.

Sin embargo, el Evangelio nos relata que al principio esos discípulos no fueron capaces de reconocer a Jesús en el camino. Tenían los ojos de su corazón velados por sus razonamientos teológicos equivocados y por los sentimientos de tristeza por la crucifixión que no entendían. Tenían a Jesús resucitado frente a ellos y no fueron capaces de reconocerlo. Estaban distraídos, a punto de perderse un encuentro con Dios. Un Dios que se presenta de forma sutil en el camino para aquellos que tienen el corazón preparado para reconocerlo.

¡Qué fácil es perderte a Jesús en el camino por tener el corazón velado con razonamientos y sentimientos distorsionados! Mentira, ofensa, desilusión, religión, culpa, humanismo, política, ansiedad, tristeza, filosofía, vergüenza... Son velos que cubren nuestro corazón. La lista es enorme y tú tienes la tuya.

Sin duda, todos nosotros, justo ahora, tenemos nuestro corazón lleno de ese tipo de razonamientos y sentimientos. Es normal, vivimos en un mundo caído donde somos constantemente influenciados y heridos por el pecado. Pero podemos hacer algo antes de emprender nuestro viaje cada día: podemos entregarle este débil corazón a Jesús. 

Podemos orar: "Jesús, quiero verte en el camino. Abre las Escrituras ante mí para que los ojos de mi corazón puedan verte y los oídos de mi corazón puedan escucharte. Que mi corazón arda de pasión por ti y ese fuego queme todos los velos de mi corazón".

La buena noticia es leer en el Evangelio que a pesar de nuestra lentitud como discípulos para reconocer a Jesús, Él es paciente para acompañarnos hasta el momento en el que nuestro corazón esté listo para la revelación. 

¡Oh, Jesús! Parte el pan en nuestra mesa otra vez, queremos ver las cicatrices en tus manos y comer de tu amor.

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