Orando con la Biblia: Por dónde empezar

Orar con la Biblia. Creo que debemos ante nada definir lo que no es. No es una fórmula mágica, no es un amuleto, no es una manera de conseguir todos nuestros deseos caprichosos. Orar con la Biblia es orar conforme a la voluntad de Dios, buscar que nuestro corazón esté alineado con el de Él. Su voluntad está declarada en Su Palabra. Y en Juan leemos: “Y estamos seguros de que él nos oye cada vez que le pedimos algo que le agrada” (1 Juan 5:14).

Al comienzo del año 2014 Dios me retó con la siguiente palabra del libro de Job; pero ahora, vario tiempo después y cuando nos disponemos a pasar un tiempo de búsqueda de Dios en oración, estos versículos regresan a mi mente, y por aquí quiero que comencemos nuestro tiempo:

“Si de todo corazón elevas tus manos, y te dispones a rogarle a Dios; y si te arrepientes de toda maldad, y alejas de tu casa la iniquidad, podrás levantar la cara limpia de pecado, y podrás sentirte libre y sin ningún temor; te olvidarás de tus tristezas, o pensarás en ellas como el agua que pasa. Tu vida será más clara que la luz del mediodía, y aun la oscuridad será como el amanecer. Volverás a confiar porque tendrás esperanza; y rodeado de paz podrás dormir tranquilo”, (Job 11: 13-18, RVC)

La oración, mi querida lectora, no es algo que hacemos para que simplemente Dios nos escuche y conceda los deseos de nuestro corazón. ¡La oración es mucho más! La oración es la manera en que nos relacionamos con Dios, a nivel íntimo, sin necesidad de ninguna otra persona. Solo tú y Dios.

En este pasaje Sofar, uno de los amigos de Job, le presenta este desafío: Si de todo corazón elevas tus manos y te dispones a rogarle a Dios. Cuando oramos necesitamos preparar nuestro corazón, como dice la NTV. ¿Cómo se prepara el corazón? El mismo Sofar nos da la respuesta más adelante: “si te arrepientes de toda maldad, y alejas de tu casa la iniquidad”. Todo tiempo de oración debiera llevarnos a confesión, confesar delante de Dios nuestra maldad, nuestros pecados, aquellas cosas que ensucian nuestro corazón y entristecen el de Dios.

Por alguna razón me da la impresión de que en el cristianismo actual queremos declarar, reprender, reclamar… pero no confesar. Y no hablo de “confesar una palabra”. No, hablo de confesión de pecado, de reconocimiento de que todavía hay mucho que necesita ser cambiado. Y permíteme aclarar algo, esta confesión no es para salvación. Si ya Jesús es el Señor y Salvador de tu vida, si ya reconociste tu necesidad de Su presencia, no tienes que pedirle que te salve más. Esa obra ya está hecha. Esta oración es para santificación, para que el Señor nos cambie, para que nos haga ver aquello que no está bien y que necesita ser reconocido, confesado y transformado.

¿Y viste qué bello el resultado de la confesión? Está en los versículos del 15 al 18. Léelos de nuevo. Algo precioso sucede cuando disponemos nuestro corazón y confesamos nuestra maldad.

Quiero dejarte hoy un desafío, ve a tu Padre, en secreto y pasa un tiempo de confesión con Él. Sobre todo si hace mucho que no lo tienes, este tiempo será un refrigerio para tu alma. Te ayudo con unos pasajes de la Biblia:

 “Pero si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”, 1 Juan 1:9 

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna”, Salmos 139:23-24 

“¿Cómo puedo conocer todos los pecados escondidos en mi corazón? Límpiame de estas faltas ocultas. ¡Libra a tu siervo de pecar intencionalmente!”, Salmos 19:12-13a 

“El sacrificio que sí deseas es un espíritu quebrantado; tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios”, Salmos 51:17

Que el Señor bendiga este tiempo y que siempre sea nuestro deseo alzar las manos y rogar a Dios, con un corazón sincero y quebrantado.

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