Para cuando el desánimo toca a la puerta

La casa está en silencio y antes de que todos se levanten, con mi consabida taza de café, estoy sentada pidiéndole a Dios fuerzas para el día. Por mi mente pasan la lista de cosas por hacer, lugares a donde ir y también los problemas de otros.

No pude evitar recordar algo que había sucedido hacía pocas horas. Una persona a la que yo conocía decidió terminar con su vida de una triste manera. Resultaba difícil creerlo. Fue el resultado del cansancio; no del cansancio físico, era cansancio emocional, espiritual, alguien que decidió que no podía luchar con la vida. Alguien que se dejó vencer por el desánimo.

Comencé a leer en los Proverbios de Salomón y esto saltó a mi vista, casi hablándome: “Si en el día de la aflicción te desanimas, muy limitada es tu fortaleza”. Lo leí varias veces.

El desánimo, por definición, es falta de ánimo. ¿Y qué es ánimo? Según la Real Academia:

ánimo.

(Del lat. anĭmus, y este del gr. ἄνεμος, soplo).

  • Valor, esfuerzo, energía.
  • Intención, voluntad.
  • Atención o pensamiento.

El desánimo es un enemigo invisible que no nos deja ver. En la Biblia encontramos muchos ejemplos que nos muestran cómo el ser humano pierde el ánimo con facilidad, especialmente en el día de la aflicción. Moisés, por ejemplo, les contó a los israelitas todo lo que Dios prometía hacer por ellos. Mira la reacción: “pero por su desánimo y las penurias de su esclavitud ellos no le hicieron caso”. El desánimo no nos deja ver, ni escuchar.

El desánimo es contagioso; recuerda la historia de los hombres que fueron con Josué y Caleb a inspeccionar la tierra que Dios les dijo que pondría en sus manos: “cuando volvieron, desanimaron a los israelitas para que no entraran en la tierra que el Señor les había dado”. ¿El resultado? La gente se desanimó, sintió miedo y no quisieron poner manos a la obra.

Hay muchas cosas en la vida que nos hacen cansarnos, unas grandes, otras pequeñas. Lavar y doblar ropa de manera interminable, preparar comidas, limpiar la casa, ir al trabajo, cambiar pañales, una larga enfermedad, escuchar los problemas y tristezas de otros, y la lista podría llenar más de una página.

Pero quiero regresar al proverbio que saltó a mi vista aquella mañana: “Si en el día de la aflicción te desanimas, muy limitada es tu fortaleza” (Proverbios 24:10, NVI). Todos tenemos motivos para decir que estamos afligidos, un día u otro, o varios días, pero si cedemos terreno al desánimo, se nos agotará la fuerza. El desánimo muchas veces se alimenta de la duda, duda de si Dios realmente hará lo que ha dicho que hará. Dudas de nosotros mismos: ¿realmente podremos vencer, llegar al final, conquistar la montaña que se alza ante nuestros ojos? Dudas de todo tipo.

Nuestro tanque de ánimo y fortaleza puede vaciarse rápido. Tenemos que buscar el combustible en el lugar adecuado. En este caso, en la persona adecuada. En Dios, que es la fuente de todo ánimo: “Cuando te llamé, me respondiste; me infundiste ánimo y renovaste mis fuerzas” (Salmos 138:3).

Así que, aquella mañana, me levanté de la silla y terminé como había empezado: pidiéndole a Dios que renovara mis fuerzas. Te animo a que hoy hagas lo mismo.

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