Para cuando no "vemos" a Dios

Hace unos años viví esta experiencia en particular. Pero en muchas otras ocasiones he experimentado cosas similares. Quizá te está pasando ahora mismo, no puedes "ver" a Dios en tu situación, o te preguntas dónde está en medio de tanto dolor y sufrimiento. Mi oración es que el Señor haga contigo como hizo conmigo.

Lo menos que imaginaba era que ese fin de semana lo pasaría entre médicos, hospitales y reposo en casa. Pero para parafrasear un proverbio de Salomón: “El hombre propone, y Dios dispone”.

Estuve buena parte del viernes y del sábado en esos lugares, con su pulcritud, sus uniformes, equipos que suenan y lucecitas que parpadean. Respondí no sé cuántas veces a las mismas preguntas. ¿Por qué será que si hay tantos avances no lo dejan de una vez en un archivo electrónico, verdad? El pobre paciente, que ya tiene bastante con sentirse mal y encima humillado con esas batas de hospital que te despojan de toda sensación de protección y de ser una persona normal, tiene que responder una y otra vez a las mismas preguntas.

Pero bueno, no vengo a contarte mis peripecias en el sistema médico de mi ciudad, porque la verdad es que a pesar de esas cosas, es excelente y recibí un trato de primera. En realidad quiero hablarte de algo más personal.

¿Sabías que sentí miedo? No por lo que me pudieran hacer o no, la verdad es que eso no me asusta. El temor vino de pensar que si algo me sucedía, la vida de mi familia cambiaría mucho. Dentro de mí repetía todo lo que intelectualmente yo sé. Dios es más que suficiente para ellos y si yo dejo de estar, él seguirá a su lado. Pero igual me dio temor. Y en medio de mi temor le dije a Dios: “Señor, no puedo verte, pero aunque así sea, recuérdame que estás a mi lado y hazte una realidad”.

No fue un par de días después que entendí las muchas formas en que Dios se hizo realidad para mí, a cada momento.

Primero que nada, todos los diagnósticos que pasaron por mi mente, y por la de los médicos, quedaron desechados. No era nada alarmante. Dios estaba allí.

Segundo, ¿sabías que muchas veces somos tú y yo a quienes Dios usa para mostrarse a otros? La sonrisa de mi esposo y su mano estrechando la mía. Amigos y familiares que se encargaron de mis hijos mientras yo estaba con mi esposo en el hospital. Las manos prontas de una amiga y de mi mamá cocinaron para ellos y para mí. Los teléfonos no dejaron de sonar con llamadas, mensajes de texto y hasta correos electrónicos de amigos y familiares que estaban pendientes y, sobre todo, clamando a Dios. Interesante que algunos de esos mensajes llegaron de hermanas en la fe a quienes nunca he visto en persona, nos conocemos “electrónicamente”. Dios estaba ahí, recordándome su amor a través de otros.

Tercero, incluso en medio de mi temor, sentí que una fuerza, muy superior a mi debilidad y mi preocupación, me sostenía y me acompañaba de un lugar a otro mientras me movían por los diferentes salones de aquel hospital. Dios iba conmigo.

A veces nuestra naturaleza humana se inclina a buscar “pruebas” extraordinarias de la presencia de Dios. Me recuerda la experiencia del profeta Elías: 

“Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Al viento lo siguió un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva” (1 Reyes 19:11-13).

Puedes tener por seguro que cuando le pedimos a Dios que esté presente, él lo va a estar. Yo se lo pedí y así fue. Como un “suave murmullo” me acompañó todo el tiempo y se reveló a mí. ¿Moraleja?  No “ver” a Dios no quiere decir que él no esté presente, lo que necesitamos es que se abran nuestros ojos, o nuestros oídos, espirituales. A fin de cuentas eso es la fe, “la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).

Loading controls...