Para cuando nos quedamos sin respuestas y no sabemos qué decir

Hace tiempo entendí que no puedo tratar de explicar lo inexplicable, ni dar respuestas que no tengo.

Unos años atrás, el día en que celebraba mi cumpleaños, en otro lugar de los Estados Unidos una familia muy querida para el pueblo cristiano perdía a su hijo… tras un suicidio. Cuando leí la noticia no pude evitar pensar cómo un día puede ser de mucha alegría para algunos y de tanta tristeza y dolor para otros.

¿Sabes? A veces no queremos hablar del tema y otras veces le presentamos a la gente un evangelio demasiado fácil y abaratado donde todo será perfecto, carente de dolor, sin enfermedades ni necesidades.

Pero todas esas cosas son parte del paquete al que llamamos VIDA. Sí, vida en un planeta que clama de dolor porque el pecado cada vez expande más sus garras. Jesús lo sabía. Trató de explicarlo a sus discípulos para que estuvieran preparados.

“Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo”, (Juan 16:33). 

Ellos también estuvieron confundidos. Por un momento pensaron que todo el dolor terminaría y por fin tendrían la nación, y la vida, con la que soñaban. 

Yo no puedo ni imaginar el dolor de esa familia. Tampoco conozco el dolor que quizá tú estás viviendo mientras lees estas palabras. Pero sé lo que es el dolor. Sé lo que es luchar con tristeza profunda.     

Sin embargo, más que nada, lo conozco a Él.

Jesús nos abre los brazos y nos dice: anímense, yo he vencido.

El siguiente pasaje, en Salmos 37:23, habló a mi corazón, y espero que pase igual contigo: 

“El Señor dirige los pasos de los justos; se deleita en cada detalle de su vida”. 

El Señor dirige cada detalle de nuestra vida. ¿Crees en la veracidad de la Palabra de Dios? Yo la creo con todo mi corazón. Por tanto, aunque muchas veces no tengo explicación para un sinfín de cosas, creo que Dios está al tanto de cada detalle de mi vida, y de la vida de aquellos que son llamados justos por la sangre de Jesús.

Muchas veces la vida de fe implica decir: no entiendo, pero creo. Creo en la bondad de Dios, creo en su propósito para cada uno de sus hijos, creo en su fidelidad, creo en su provisión. CREO.

¿Fácil? No siempre. El dolor a menudo nubla la vista y embota el pensamiento; pero la fe es como la espada que corta la oscuridad y nos abre paso, aunque todavía no veamos la luz.

Muchas, muchas cosas se van a quedar sin respuesta de este lado de la eternidad. Y en cierto modo me alegra que así sea. No tenemos la capacidad para entenderlo todo. No somos Dios.

Cuando alguien sufre no siempre tenemos que explicarle el por qué. De hecho, muchas veces no podremos. ¿Sabes? No seremos menos cristianas por decir “no entiendo”, o “no tengo respuesta para ti”. Pero sí podemos abrazar, dar la mano, secar las lágrimas, orar y amar. 

Tengo mi propia dosis de preguntas no contestadas. Quizá un día reciba respuestas. Tal vez no. Pero de algo estoy convencida: “...en cuanto a mí, sé que mi Redentor vive, y un día por fin estará sobre la tierra” (Job 19:25).

¡Y ese día ya no será necesario seguir buscando respuestas! Mientras tanto, CREE.

 

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