Perdonando como Jesús nos perdonó (Parte 2)

Vimos en la primera parte cómo el rey David podía perdonar a su enemigo cuando su enfoque estaba en Dios. Sin embargo, el mismo David, el hombre conforme al corazón de Dios, luego se desenfocó y guardó resentimiento hacia la misma persona que había perdonado y le pidió a Salomón castigarlo antes de que muriera.

Cuando no perdonamos

Cuando no perdonamos entristecemos al Espíritu Santo (Efesios 4:30) y perdemos Su protección, Su dirección y Su llenura. Y como Dios es la vid y nosotros los sarmientos, no podemos hacer nada sin Él (Juan 15:5).

Muchas veces no queremos perdonar porque la persona no lo merece. Pero, ¿cuándo ha sido el perdón algo que extendemos en base a eso? ¡El perdón nunca se merece! Por eso se llama perdón y no “ponerse de acuerdo”. La necesidad de perdón siempre incluye el dolor, la aflicción, la angustia, el daño y hasta el deseo de rechazar y querer venganza contra el ofensor. Sin embargo, como cristianos tenemos un lugar a donde traer estos sentimientos: la cruz.

La cruz es donde Cristo pagó todos los pecados del mundo: los pecados que cometimos y los pecados que se han cometido contra nosotros. Olvidar esto y no perdonar es minimizar lo que Cristo hizo por nosotros. Al contemplar esto, veremos que no perdonar es aún peor que la ofensa que se cometió contra nosotros. ¿Por qué? Porque al hacerlo, estamos ofendiendo al que nos perdonó nuestra ofensa: Jesús. Él dio todo por nosotros. Somos sus embajadores (2 Corintios 5:20) y esto incluye ser personas que perdonan a sus transgresores (Colosenses 3:13).

Obedecer a Jesús significa perdonar cómo Jesús

La realidad es que el perdón es una cuestión de obediencia al Señor y ¡la falta de obediencia es una falta de amor por Cristo! (Juan 14:21). Entonces, si la falta de perdón es desobediencia al Señor y es la causa más común de la falta de gozo en el Señor, si no estamos sintiendo la cercanía del Señor es vital preguntarnos si estamos en desobediencia.

¿Cómo podemos saber si hemos perdonado a alguien?

En respuesta a esta pregunta, el puritano del siglo 17, Thomas Watson, dijo lo siguiente:

“…cuando nos esforzamos por erradicar todos los pensamientos sobre la venganza; cuando renunciamos hacerle daño, cuando nos afligimos con sus calamidades, cuando buscamos la reconciliación, cuando oramos por ellos, y luego demostramos la disposición de aliviarlos de sus cargas”. 

Perdonar no es simplemente abstenernos de venganza, sino exhibir un cambio en nuestro corazón. ¿Cómo hacemos esto?

Primero, hay que esforzarnos por erradicar todos los pensamientos sobre la venganza y mantener la unidad. Efesios 4:2-3 dice “Que vivan con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor, esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. El hecho de que Pablo dijera “esforzándose” implica que esto es un trabajo difícil que en momentos irá contra nuestros deseos carnales (Gálatas 5:17).

Segundo, renunciamos hacerle daño a nuestros ofensores. Este daño puede ser sencillamente los chismes. Aunque dije sencillamente, la realidad es que los chismes nunca son sencillos porque podemos dañar la reputación de una persona en la mente de otros y la realidad es que esto es la intención del corazón en aquel que está chismeando (Santiago 3:6).

Tercero, nos afligimos con sus calamidades. “Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran” (Romanos 12:15). Es natural que cuando algo le ocurre a las personas que nos han hecho daño, no nos duele sino que nos sentimos satisfechos porque recibieron lo que merecían. Recordemos que Dios no nos dio lo que merecíamos, sino que nos trató con misericordia y gracia.

Cuarto, buscamos la reconciliación. ¿Qué dice la Palabra que debemos hacer cuando un hermano tiene algo contra nosotros? “Deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:24). No esperemos a que el ofensor venga a nosotros, sino busquemos la reconciliación porque: “Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18).

Quinto, oramos por el ofensor. ¿En qué forma oramos? ¿Decimos: “Señor demuéstrale que tengo razón o que el otro está mal”? ¿Mandamos fuego sobre ellos? O incluso, ¿oramos como Cristo cuando dijo: “Perdónales porque no saben lo que hacen”? Oremos para que el Señor tenga misericordia de ellos.

Por último, demostramos una disposición para aliviarles de sus cargas. Cuando ellos necesitan algo, ¿les ayudamos o ignoramos? Lucas 6:35 dice, “Antes bien, amen a sus enemigos, y hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos”.

Todo esto es posible solamente si estamos caminando en el Espíritu (Gálatas 5:16). Para poder amar como Cristo amó y perdonar como Cristo perdonó, ¡tenemos que caminar como Cristo caminó! Y como somos nuevas criaturas (2 Corintios 5:17), Dios nos ha dado el poder necesario para caminar así. Cuando somos obedientes y caminamos como Él caminó, el mundo verá Su amor, Su poder, Su sabiduría y Su autoridad sobre todas las cosas.

 

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