Por la fe… la iglesia primitiva

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” – Hechos 2:42-47

No me canso de leer estos versículos. Es maravilloso ver el surgimiento de la iglesia primitiva y la relación entre los primeros creyentes:

- Perseveraban en la doctrina, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones.

- Estaban juntos y tenían en común todas las cosas.

- Vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían según la necesidad de cada uno.

- Perseveraban unánimes en el templo cada día.

- Partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón.

- Alababan a Dios y tenían favor con todo el pueblo.

Sencillez, gozo, alegría, unanimidad, perseverancia, compartir… esas eran las bases de esta primera iglesia, que no eran más que comunidades de creyentes que, de manera espontánea, se juntaban para compartir su fe en Jesucristo.

Muchos de estos creyentes habían visto a Jesús, lo habían escuchado, habían caminado con Él. Y después de Pentecostés, de que los creyentes fueran llenos del Espíritu Santo (Hechos 2:4), un nuevo fuego, un nuevo ímpetu se apropió de todos ellos y hablaban con denuedo y con valentía del Cristo resucitado. Estos versículos representan el legado de la obra de Jesús.

Eran creyentes que vivían en koinonía, en comunión, en comunidad, en hermandad, en unidad. Eran un ejemplo vivo de cómo los creyentes compartimos el mismo Jesús, compartimos la misma guía para nuestra vida, el mismo amor por Dios, el mismo deseo de alabarle, compartimos las mismas luchas y victorias, el mismo gozo, el mismo evangelio.

Y esta unidad pronto sería probada, porque de la misma manera que compartían su fe en la vida, pronto llegaría el momento en el que compartirían su fe en la muerte.

Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.” – Hebreos 11:36-38

Tenemos el recuento de la Escritura misma que nos habla de la lapidación de Esteban (Hechos 7) y de la muerte de Jacobo, el hermano de Juan, muerto a filo de espada por Herodes (Hechos 12:1-2). La tradición cuenta que Santiago el hermano de Jesús fue lapidado, que Pedro fue crucificado cabeza abajo, al igual que Felipe, que Andrés fue crucificado, que Judas fue martirizado con un hacha… y así uno tras otro.

Desde el momento en el que Nerón incendió Roma en el año 64 y culpó de ello a los cristianos, el pueblo desencadenó su furia contra los mansos y humildes discípulos del Salvador. Nunca se conocerá el número de víctimas que perecieron en esta persecución. Actos de la más brutal crueldad se llevaron a cabo con hombres y mujeres.

Tácito, el historiador romano, ha descrito en sus Anales el salvajismo y crueldad que deleitaron a la población. Los cristianos eran envueltos en pieles de animales y arrojados a los perros para ser comidos por éstos; muchos fueron crucificados; otros arrojados a las fieras en el anfiteatro para apagar la sed de sangre de cincuenta mil espectadores.

Y para satisfacer las locuras del emperador, se alumbraron los jardines de su mansión con los cuerpos de los cristianos que eran atados a los postes y revestidos de materiales combustibles, para luego encenderlos cuando se paseaba Nerón en su carro triunfal entre estas antorchas humanas, mientras la multitud delirante presenciaba y aplaudía aquellas atrocidades.

Los cristianos morían por su fe, que, paradójicamente, era una fe viva. Esa misma fe que los fortalecía para unirse, compartir y gozarse unos con otros, les daba también la fortaleza para morir sin negar a Jesús, para morir confiando en las palabras del Salmo 48:14 – “Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aún más allá de la muerte.

Hoy en día la iglesia sigue siendo perseguida. Vemos hermanos encarcelados, torturados y asesinados por su fe. Vemos hombres y mujeres que se enfrentan, tal y como hacía la iglesia primitiva, al martirio y a la muerte. ¿Qué harías tú si mañana llamaran a tu puerta y te detuvieran por ser creyente? ¿Si te separaran de tu familia, te torturaran, te amenazaran con la muerte? ¿Negarías tu fe? Yo te soy muy sincera… no sé qué haría.

La venida de Cristo está cerca… cada vez más cerca. Y sabemos que para nosotros los creyentes eso significa persecución. Querida amiga, oro para que, si tenemos que vivir esos momentos, nuestra fe sea una fe viva como la de la iglesia primitiva, como la de nuestros hermanos perseguidos alrededor del mundo. Oro para que, incluso en la muerte, pueda gozarme en la esperanza que tengo en Cristo, el Salvador de mi alma, y que mi fe sea viva, ¡viva como el que vive para siempre!

No sé qué tipo de persecución sufres hoy. No sé a qué tipo de problemas y presiones te enfrentas por ser creyente. No sé si tengas que camuflarte y seguir la corriente, ocultando tu fe. Pero sí sé que el Señor te anima a mostrar tu amor por Él a pesar de todo y a regocijarte en la aflicción que esto pueda traer a tu vida.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” – Mateo 5:10-12

Bienaventurados los que padecen persecución a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Si somos perseguidas a causa de nuestra fe, en el cielo está nuestro galardón, junto con esta gran nube de testigos que sufrieron antes que nosotras.

Te animo a que hoy podamos pasar un tiempo en oración para que Dios fortalezca la fe de cada creyente que enfrenta la persecución, el martirio y la muerte alrededor del mundo.

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