Porque todas queremos una vida radiante... ¡y es posible!

En los últimos meses mi vida ha estado llena de desafíos, a todos los niveles: familiar, personal, en el ministerio, a nivel profesional. Los desafíos tienen diversas formas, colores, complejidad. Algunos me han puesto en el punto donde lo único que he podido hacer es confiar plenamente en Dios, y nada más; incluso cuando el miedo lucha por tomar el control mientras un taxi me lleva a un destino que no conozco en una ciudad altamente peligrosa y mi único recurso es decir: “Dios, tú sabes lo que haces y mi vida está en tus manos”. 

En esta cadena de desafíos he tenido que forzar mi mente y pensar en cómo compartir el diseño de Dios cuando la audiencia no conoce a Cristo, orando todo el tiempo para que el mensaje impacte las vidas y recordando que no soy yo, que es el Espíritu quien produce el cambio. Otros me han llevado a recordar que tengo que rendir mi agenda, rendir mi carácter, rendir mi lengua, rendir, rendir, rendir…

Los desafíos son buenos, aunque no nos gusten. Los desafíos nos sacan de nuestra zona de comodidad y nos obligan a dar saltos que de otro modo ni siquiera hubiéramos considerado. Los desafíos nos hacen recordar cuán vital es la gracia de Dios en nuestra vida. Y nos hacen concederla a los demás.

Pero sobre todo, los desafíos nos arrancan las capas del corazón y dejan al descubierto las verdaderas intenciones y cuánto en realidad creemos lo que predicamos. Más aún, nos confrontan con las verdades que tanto pregonamos y nos hacen reflexionar en si las vivimos o no.

¡Si tan sólo prepararas tu corazón y levantaras tus manos a él en oración!... Tu vida será más radiante que el mediodía; y aun la oscuridad brillará como la mañana.” Job 11:13, 17

Preparar mi corazón y alzar mis manos en oración. Ahí está la clave. Ahí está la pauta a seguir  cuando llegan los desafíos.

“Si preparo mi corazón”. ¿Y cómo se hace eso?  Preparar es una acción de tiempo, no es algo instantáneo. Preparar implica hacer una pausa, buscar los ingredientes necesarios, considerar los pasos, y luego vendrá el resultado. No puedo preparar mi corazón en cinco minutos, no puedo hacerlo con solo escuchar un buen sermón, no puedo hacerlo leyendo un par de versículos de carrera para así marcar en mi lista que leí la Palabra correspondiente al día. No, preparar el corazón requiere que me detenga y haga espacio para encontrarme con Dios y dejar que me hable, me transforme. Tiempo para que añada ingredientes, tiempo para que purifique. Cuando paso por alto este proceso de preparación, los desafíos serán prácticamente insuperables. Créeme que lo he intentado. He tratado de acelerar la preparación, como si fuera en un horno de microondas, y no resulta. Dios hace las cosas “a la antigua”, cocción lenta.

Cuando he querido enfrentar mis desafíos sin preparar mi corazón, sin pasar tiempo en oración, he terminado agotada, extenuada más bien. ¿Por qué? Porque quise hacerlo con mis propias fuerzas. Es algo así como el corredor que inicia la carrera sin previo calentamiento. Sus músculos se paralizan, el aire no le alcanza y claro, no llega a la meta. Y si llega, te garantizo que no ganó.

Amiga lectora, ¿quién no añora una vida radiante, quién no anhela luz incluso en la más negra oscuridad? Pero la vida radiante no se consigue en el “drive-thru”, en la ventanilla del auto. ¡Cuánto quisiera decirte que sí! Pero no nos dejemos engañar. El enemigo nos hace creer que así como podemos hacer una transacción en línea y comprar lo que queremos en menos de cinco minutos, igual podemos conseguir un corazón alineado con Dios, una vida radiante, con migajas de tiempo. ¡No es cierto! Necesitamos el proceso de preparación del corazón.

Yo no sé qué desafíos puedas estar enfrentando tú hoy pero si no tienes ninguno, prepárate porque está al llegar. Y si ya estás en medio de ellos, haz una pausa. Lee de nuevo este pasaje de Job. Medita. Este pasaje está lleno de promesas: para vivir libres de temor, para olvidar el sufrimiento, para ser fuertes. Pero todo comienza con una simple condición: preparar nuestro corazón y alzar los brazos en oración.

No alteremos los pasos. Empecemos por preparar el corazón. ¡Verás que terminaremos radiantes, incluso más que la luz del mediodía! 

 

Loading controls...