¿Qué quiere Dios de mí?

A menudo resulta más fácil pensar en todo lo que queremos de Dios para nuestras necesidades. Y también nos resulta más fácil pensar en lo que pudiéramos darle con nuestro servicio, uso de los dones y talentos que nos ha regalado. Sin embargo, hoy quiero invitarte a reflexionar en una pregunta diferente, ¿qué quiere Dios de mí, de ti? Aunque no pueda escuchar las respuestas de cada lector que recorra con sus ojos este artículo, sé que serán varias; algunas similares, otras diferentes. De modo que la mejor manera de responder a esta pregunta es yendo a la fuente de las respuestas cuando de Dios se trata: la Biblia.

Hace unos días leía Efesios, uno de mis libros favoritos en toda la Escritura, y fue allí donde encontré la respuesta en la me quiero enfocar hoy. Lee conmigo Efesios 1:4.

“Incluso antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos eligió en Cristo para que seamos santos e intachables a sus ojos”.

Es fascinante saber que antes de haber hecho el mundo, ya Dios nos amaba. Las que somos mamás podemos entender estoy muy bien pues antes de conocer a nuestro bebé, antes de tener idea alguna de cómo será, del color de sus ojos o su cabello, su estatura, de los rasgos de su carácter, ¡ya lo amamos! Antes de que este mundo existiera, antes de que siquiera caminaran Adán y Eva por el hermoso Edén, ¡ya Dios nos amaba!

Pero no se quedó solo ahí. Nos amó, nos escogió en Cristo. Aunque este espacio es muy breve para abarcar todo lo que esa frase encierra, es importante que entendamos el mensaje crucial: el plan de salvación existe desde antes de la fundación del mundo. No fue un Plan B porque algo salió mal y había que corregirlo. ¡Fue el diseño original! Y eso nos habla del carácter de Dios también, su amor eterno a pesar de saber todo lo que ocurriría después.

Además, nos amó y nos escogió con un propósito, y ahí viene la respuesta a la pregunta del comienzo. Si te fijas, el versículo contiene la preposición “para” que indica, según la Real Academia de la Lengua, “el fin o término a que se encamina una acción”. De modo que pudiéramos leer el versículo de esta manera: nos eligió en Cristo con el fin de que seamos santos e intachables a sus ojos.

¿Qué quiere Dios de mí?  Que sea santa e intachable a sus ojos. Y por eso primero en el pasaje aparece Cristo, porque sin Cristo nunca podremos llegar a ser santos delante de Dios. La suciedad de nuestro pecado no se quita ni con el mejor jabón, ni con vivir una vida aislada en un rincón olvidado del mundo, ni con hacer todas las obras que podamos imaginar para ganar su favor. ¡Imposible! Es solo mediante la sangre pura del Cordero que las ovejas podemos regresar al Reino. Así que, a ese nivel, y por el sacrificio de Cristo, ya somos santas.

Sin embargo, cuando leemos el Nuevo Testamento nos damos cuenta de que vivir en santidad es un proceso que irá desarrollándose a lo largo de nuestros días de este lado de la eternidad. En este proceso Dios es el protagonista (1 Tesalonicenses 5:23), y lo ejecuta a través de su Espíritu (2 Tesalonicenses 2:13). Pero nosotros jugamos un rol también al decidir vivir en obediencia a la Palabra que nos manda a ser santos (1 Pedro 1:15-16). ¿Qué quiere decir eso? Vivir una vida consagrada a Dios que poco a poco va labrando en nosotros la imagen de Cristo.

Lo mejor que tiene todo esto es que contamos con la gracia de Dios porque solos no podemos. En todos esos momentos en que nuestras actitudes, pensamientos, palabras, acciones sean cualquier cosa menos santos, será la gracia de Dios lo que nos permita correr nuevamente a Él y enderezar nuestros pasos.

Tal vez este no es un mensaje que escuchemos todos los días, pero no por eso deja de ser importante. ¡Es el mensaje de Dios! Es eso lo que él diseñó para nosotras, desde antes de la creación del mundo, que vivamos de manera santa. ¿Y sabes? La santidad es un requisito para estar en la presencia de Dios (Hebreos 12:14), por eso él la anhela en sus hijos y la ordena.

¿Qué quiere Dios de nosotros? Creo que hoy ya tienes una nueva respuesta a la pregunta.

 

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