¿Quieres salir primero?

Algunos años atrás, en las Olimpiadas Especiales de Seattle, nueve participantes, todos ellos con deficiencias mentales o físicas, se alinearon para dar la largada en una carrera de 100 metros planos. Al sonar la señal, todos salieron, no exactamente a toda velocidad, pero con la voluntad de dar lo mejor de sí, de terminar la carrera y ganar.

Todos, con la excepción de un muchacho que tropezó, cayó al piso y comenzó a llorar. Los otros ocho escucharon el llanto. Disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Entonces, todos ellos se detuvieron y dieron la vuelta.

Una de las muchachas, con síndrome de down, se agachó, le dio un beso al muchacho y le dijo: “Pronto te vas a sanar”. Luego, todos los nueve competidores se tomaron de las manos y caminaron juntos hasta la meta.

El estadio entero se puso de pie y los aplausos duraron varios minutos. Las personas que estuvieron allí continúan repitiendo esta historia hasta hoy.

Tal vez los atletas tenían una deficiencia mental… pero con seguridad no eran deficientes en sensibilidad, en compasión, en estar para el otro… ¿Por qué? Porque, allá en el fondo, todos sabemos que lo que importa en ésta vida es más que ser un ganador solitario.

Lo que importa en esta vida es ayudar a los otros a vencer, aunque esto signifique disminuir el paso y cambiar el rumbo.

Corriendo la carrera del mayor compromiso

Vivimos en un mundo que vive buscando entrenarnos para correr la carrera de inflar nuestro ego, de ganar la batalla y, no solo de ser los primeros, sino ser los únicos.

En un tiempo especial de la vida de Jesús, Él decidió elegir a setenta hombres comprometidos que cambiarían la historia de los alrededores. En medio de la elección se acerca uno y le dice: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?, a lo que el Señor le responde: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y ama a tu prójimo como a ti mismo.

Jesús no le dijo que amemos a los demás como nos amamos a nosotros, sino que “como nos amamos a nosotros, amaremos a los demás”.

Si eres de aquellos que vive buscando la perfección, tu manera de amar al otro es buscando la perfección en el otro. Si eres duro y rígido contigo mismo, así serás con cada persona que te rodea. Si te condenas por cada error cometido, condenarás a todo aquel que cometa una falta. Siempre le darás al otro lo que haya en tu interior.

Siempre amarás al otro como te amas a ti mismo. Uno juzga al otro como se juzga uno mismo.

¿Qué te parece si esta semana, en vez de mirar al otro desde mi interior, nos miramos a nosotros mismos desde el interior del otro? ¿Qué tal si sacamos la vista de nuestras necesidades y decidimos observar desde las necesidades del otro?

Detente un minuto y mira a tu alrededor. Observa a tus seres queridos y pregúntate: ¿qué necesitan de mí que yo no les he dado?

Sensibilidad es un valor que está desapareciendo en un mundo que solo nos invita a vencer sin importar cómo. A lograr el resultado sin mirar quién está caído a mi lado.

¿Quién es mi prójimo?

Este hombre, luego de la respuesta de Jesús, le preguntó: –¿Y quién es mi prójimo? Jesús respondió: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita, y al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. ‘Cuídemelo –le dijo–, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva’. ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? –El que se compadeció de él –contestó el experto en la ley. –Anda entonces y haz tú lo mismo –concluyó Jesús”.

Ni el religioso, ni el que tenía grandes títulos dio la vuelta, sino aquel que no era alguien reconocido en los tiempos bíblicos, un samaritano, alguien considerado inferior, como las personas que vivían en Samaria.

¿Si estuvieras en esa situación esta semana, en qué categoría estarías? ¿Serías el sacerdote, el levita o el samaritano? ¿ Si hoy tuvieras que correr la Olimpíada de Seattle, regresarías a buscar al caído o solo te importaría que esta sea la semana en que puedes salir primero en todo lo que emprendas?

Esta puede ser la gran semana para levantar al caído, para compadecerse del hermano, para amar con el amor de Dios, para poder mirar desde los ojos del que tiene necesidad, para estirar la mano y estar para el otro.

Hasta que no estemos comprometidos con el prójimo no podremos sacar lo mejor de nosotros. Si estamos corriendo para ganar, hoy podemos elegir ganar la carrera más grande , la carrera de poder amar y ser amado. Seguro ganaremos todos.

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