En mi primer trabajo luego de la universidad, mi jefe tenía una mecha corta y un temperamento caldeado. Por lo menos una o dos veces a la semana, explotaba con algún empleado, suplidor o cliente. Además de hacerme sentir extremadamente incómoda, yo respetaba muy poco la manera cómo él trataba a otros – lo cual rebosaba mi actitud hacia él.
Un día durante mi tiempo de quietud con el Señor, me encontré con este verso: "Todos los que están bajo yugo como esclavos, consideren a sus propios amos como dignos de todo honor, para que el nombre de Dios y nuestra doctrina no sean blasfemados”, 1 Timoteo 6:1.
¡Wow! El Espíritu Santo conocía exactamente lo que yo debía escuchar. Aunque consideraba mi trabajo bastante alejado de “yugo como esclavos”, las palabras de Pablo dieron en el blanco. Si él se refería a que los esclavos (¡esclavos, imagínate!) respetaran a sus amos, ¿cuánto más yo como empleada asalariada que estaba de manera voluntaria en mi trabajo debía respetar a mi jefe?
Otra idea que llamaba mi atención fue que Pablo hacía alusión a que considerara al jefe como “digno de todo honor”. En ese caso no se refiere a que necesariamente merezca el respeto – ese no era el asunto. Sino que debía respetarlo sin importar que hubiera una razón o no. ¿Y por cuál motivo debía hacerlo? Para que el nombre de Dios y la enseñanza de Jesucristo no fueran blasfemados. En otras palabras, necesitaba mostrar respeto a mi jefe independientemente de su mal temperamento o de cómo me trataba o a otros a mi alrededor, porque como cristiana mi respeto a su persona glorificaría a Dios.
Quisiera decir que luego de que Dios me mostró esto me resultaba fácil seguir en ese trabajo o en otros que he tenido luego. La realidad es que es algo que Él necesita traerme a la mente una y otra vez. Sin embargo, la diferencia radica en que tome en cuenta ese versículo y en oración me enfoque en respetar a mi jefe. En una ocasión realmente vi cambios en mi jefe; en otro trabajo, mi jefe era más difícil que cualquier otro que hubiera tenido. Pero donde se produjo el mayor cambio fue en mí misma.
Podía ir a trabajar con una actitud más positiva, reconociendo que era el lugar donde Dios me había colocado en ese tiempo y que, en Su sabiduría, ese era el jefe que había designado con autoridad sobre mí. En lugar de tener exabruptos, reacciones de crítica, volverme irrazonable o dar un trato injusto, podía pedirle a Dios que me ayudara a responder con una actitud parecida a la de Cristo y tratar de discernir lo que Él quería que yo aprendiera a través de esa situación. Además, El empezó a darme una nueva perspectiva sobre cómo orar mejor por mi jefe.
¿Y tú? ¿Qué te ha enseñado Dios acerca de respetar a tu jefe o cualquier otra autoridad en tu vida?
Por Mindy Kroesche