Ser antes que hacer

Mi esposo salió a un viaje a la selva con un grupo de hermanos. Algunos de ellos llegaron desde Argentina para ver “en directo” el ministerio que se está haciendo entre los indígenas de la selva de Venezuela. Y uno de ellos compartió algo que me dio que pensar:

Ser antes que hacer.

Los cristianos comprometidos con la obra de Cristo estamos siempre ocupados en hacer. Soñamos y oramos por hacer cosas grandes para Dios, en hacer un impacto a nuestro alrededor, en conseguir las metas que nos hemos trazado en nuestro servicio al Señor.

Ministerio. Servicio. Hacer.

Pero, muchas veces, nos olvidamos del ser. Nos olvidamos de que antes de hacer cosas para Dios tenemos que ser discípulos. Tenemos que ser adoradores. Tenemos que ser estudiosos de la Palabra. Tenemos que ser parte de una relación entre nosotras y Dios.

Comunión. Adoración. Ser.

La única manera de tener un ministerio efectivo es siendo. Ser antes que hacer.

Mis hijos están acostumbrados a vernos hacer muchas cosas, a servir a Dios de muchas maneras y de hacer ministerio hasta el agotamiento. Tienen en casa un ejemplo continuo de trabajo para el Reino y estoy muy contenta por eso. Creo que es algo que está forjando su carácter y les está dando una idea clara y práctica de cómo ser adultos que aman y sirven a Dios.

Pero me puse a pensar si también están recibiendo de nosotros la instrucción en el “ser”. ¿Estamos siendo ejemplos en comunión? ¿Estamos siendo ejemplos en nuestro tiempo de oración, de alabanza y de estudio de la Palabra de Dios? ¿Estamos enseñándoles a ser discípulos como lo más importante de todo?

No siempre. Al menos no de manera constante ni intencional.

¿Cómo ayudarlos a entender que “ser” siempre tiene que venir antes que “hacer”? ¿Qué disciplinas espirituales necesitamos enseñarles y, sobre todo, en qué aspectos de nuestra relación con Dios debemos ser ejemplo a nuestros hijos? ¿De qué manera lo hacemos?

Oración

Desarrollar la disciplina de la oración lleva tiempo y esfuerzo. Lo primero que tienes que enseñarles es que no hay oraciones “correctas” o “incorrectas”. Orar no es nada más que hablar con Dios. Ayúdalos a entender que pueden hablar con Él de cualquier cosa: preocupaciones, cosas que les gustan, cosas que no les gustan, peticiones, acciones de gracias… Enséñales a orar versículos de la Biblia, ayúdales a perder el miedo de orar en público, ora por ellos y con ellos. Anota las peticiones de oración de los miembros de la familia y amigos para que puedan estar todos orando por eso.

Lectura de la Palabra

Enseñemos a nuestros hijos a leer una porción de la Biblia todos los días. No solamente a leerla, sino también a pensar en ella, en qué dice, y, sobre todo, a buscar cómo aplicar a su vida diaria lo que han leído. Anímalos también a memorizar la Palabra de Dios.

Alabanza y adoración

Asociamos la alabanza al “tiempo de canto en la iglesia” y poco más. Pero esto no debe ser así. Seamos ejemplo de adoración para nuestros hijos. Enseñémosles que cualquier momento y lugar es bueno para adorarle, que no se trata de las canciones que cantas, del tono que usas o de que haya instrumentos o no. Que la alabanza y la adoración a Dios son una actitud del corazón.

Ayudemos a nuestros hijos (y a nosotras mismas en el proceso) a ser antes que hacer.

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