Si de actitud se trata

La actitud es una de las poquísimas cosas que podemos controlar en nuestra vida. Y Pablo, oportuno una vez más, nos hace un llamado a la actitud. 

“Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús”, Filipenses 2:5

Claro, este llamado es más que eso, es un desafío… uno de los muchos que Pablo nos hace en toda esta carta. Y a veces creemos que la parte de la actitud es solo lo que viene después de ese versículo, pero en realidad, empieza desde antes.

No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. En un mundo donde todo gira alrededor del YO,  ¿cuántas veces hacemos cosas solo por egoísmo, para el beneficio propio? ¿Y cuántas para dejar una buena impresión, pero no por amor a Cristo sino por amor al yo? Queremos impresionar a otros para destacarnos entre la multitud que solicita un puesto de trabajo, entre las tantas chicas que buscan encontrar pareja, y en ocasiones hasta en nuestro servicio a Dios, solo para impresionar a otros. ¿Nos atrevemos a reconocerlo?

Sin embargo Pablo nos dice tengan la actitud de Jesús, consideren a los demás como mejores. “Ah, no, Pablo, ya eso es un poquito exagerado…” ¿Te pasó por la mente? Me ha pasado a mí. ¿Por qué me pide el Señor por mano de Pablo algo semejante? No se me ocurre otra cosa que esta: para que podamos tener la actitud de siervo que tuvo Cristo. Solo así nuestro corazón capta esa perspectiva y aprende a amar a los demás, como nos amamos a nosotros mismos.

Mira lo que viene después, en el versículo 6:

Aunque era Dios, no le importó. Renunció a sus privilegios. ¿A quién le gusta renunciar a sus privilegios? Nos pasamos la vida reclamando los derechos, pero rara vez nos ofrecemos voluntariamente a renunciar a nuestros privilegios. ¡Claro que es un desafío! Pero como lo hemos dicho en otras ocasiones, hemos sido llamadas a una ciudadanía diferente. DIFERENTE.

Cristo aprendió el secreto de la verdadera grandeza: Se humilló en obediencia a Dios (v. 8). Tantas veces no queremos humillarnos. Nos cuesta, la actitud de Cristo nos cuesta.

Sabemos que necesitamos dar perdón, pero nos negamos. Creemos ingenuamente que al no hacerlo mantenemos el poder, el control. ¡Cuánto nos engañamos! El único que tiene poder así es el diablo, sobre nosotros, llenándonos de amargura y alejándonos de Dios.

O al revés. Sabemos que  tenemos que pedir perdón pero lo vemos como una humillación, y no queremos. El orgullo se enseñorea.

¿La actitud de Cristo? Humillarse en obediencia a Dios. Ahí está la clave: es una muestra de obediencia a Dios.

Y por si este desafío nos parece poco, Pablo nos lleva un poco más allá.

Hagan todo sin quejarse (v. 14).  La queja, una de las enfermedades de estos tiempos. Vivimos quejándonos.

Para cerrar, como con broche de oro, Pablo nos ordena algo siguiendo los pasos de Jesús quien también lo dijo a sus discípulos: ¡Brillen!

Cuando era pequeña, en mi iglesia cantábamos un himno que quizá hayas escuchado. El coro decía: “brilla en el sitio donde estés”. A eso nos ha llamado Dios. A ser luz en este mundo. ¿Fácil? Para nada. Es mucho más cómodo pasar inadvertidos, ir con la corriente, ser parte de la oscuridad. Pero Cristo no murió para que siguiéramos en oscuridad, sino para sacarnos de las tinieblas a la luz, y para que llevemos la luz a otros. 

Entonces, ¿cuál es la actitud que debemos cultivar tú y yo? La de Cristo Jesús: humilde, priorizando a los demás, en obediencia a Dios. Una actitud libre de quejas y que sirve de luz al mundo.

Loading controls...