“Dios mío, ni el cielo ni la tierra son suficientes para ti, mucho menos este templo que te he construido”, 1 Reyes 8:27 (TLA).
Estas fueron las palabras de Salomón al completar el templo de Dios. Salomón entendió que el templo no era más que un lugar de encuentro para que la presencia de Dios se revelará. También entendió que la presencia de Dios estaba en todas partes y que incluso los cielos no podían contenerla.
En el Antiguo Testamento Dios escogió la manera en que Él iba a aparecer y hablarle a la nación de Israel. Eligió el Lugar Santísimo en el templo para tener una interacción con el sumo sacerdote una vez al año en el Yom Kippur (Día del Perdón). También habló al pueblo por medio de los profetas quienes tenían el Espíritu de Cristo en ellos (1 Pedro 1:11).
Hoy ya no tenemos la necesidad de tener un templo físico para que Dios hable a Su pueblo. Más bien, el templo de hoy o el edificio de la Iglesia es un lugar de encuentro para que los creyentes se reúnan y adoren a Dios unánimes. El edificio en sí no es lo realmente importante para Dios; es sólo una estructura con cuatro paredes que reúne a Sus hijos por un tiempo limitado cada semana, cuyo propósito es comunión y adoración a Él, además de recibir instrucción y ánimo de los pastores y los demás.
Estos edificios tienen muchas formas y tamaños diferentes, y se pueden hacer de muchos materiales diferentes, tales como lienzos, ladrillo y mortero, palos y ramas, tiendas de campaña, etc. Más bien deberíamos ver estos edificios como ciudades de refugio, lugares donde pecadores pueden ir y sentirse seguros sin tener que avergonzarse de quiénes eran y lo que han hecho, y tener confianza en lo que son en Cristo.
Ahora nosotros somos Sus templos, creados no con manos de hombre, sino a la imagen de Dios. Ahora Él reside en nosotros. Nuestros templos, que son nuestros cuerpos, de ninguna manera son estáticos. Dios ha decidido moverse de un edificio fijo a casas móviles. Nos ha colocado estratégicamente donde Él ve que podamos cumplir Su propósito.
Ahora llevamos la presencia de Dios a todas partes dentro de nuestros templos no hechos por manos mortales, sino por un Dios eterno que nos ama tanto que nos hizo instrumentos de justicia. Somos hechura suya, sus lámparas, reflejando a través de nuestras vidas Su amor al mundo entero. Ya sea que estemos en un consultorio médico o en un sitio de construcción, en la playa o en un café, servimos como recordatorios constantes del amor de Dios por la humanidad.
Así que vamos a cambiar el mundo, ser pescadores de hombres, creo que Jesús dijo algo por el estilo. Permite ofrecer esperanza a los desesperados, paz a los cansados, fuerza a los débiles, coraje para los cobardes, consuelo al desalentado y amor a todos.
Por Ulises Díaz