Tiempos de refrigerio (Parte 1)

Dios, nuestro Creador, hizo dos personas perfectas: Adán y Eva. Pero cuando ellos se rebelaron contra Él, el pecado no solamente entró en sus naturalezas sino cambió su genética, pasando de la inmortalidad a ser seres temporales. Subsecuentemente, todos nosotros, que hemos descendido de ellos, hemos nacido con la misma naturaleza pecadora. La perfección de Dios fue alterada, pero con un propósito, demostrar al mundo Su autoridad y Su poder, y luego demostrar que sin Él somos incapaces de hacer lo bueno.

Esta naturaleza, ahora pecadora, produce en nosotros una necesidad de perdón. Como nuestro corazón es engañoso (Jeremías 17:9) nos convence de que estamos bien, pero la consciencia –puesta por Dios– nos demuestra que somos malos y es ahí cuando la lucha entre el corazón y la consciencia persiste hasta que los deseos del corazón son redimidos por Cristo.

Jesús nos perdonó en la cruz, pero hasta que nos apropiamos de este perdón en las áreas pecaminosas que residen en nuestra mente, la libertad que nos trae es inefectiva en nuestras vidas. Hechos 3:19 nos recuerda: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que tiempos de refrigerio vengan de la presencia del Señor”. Sin Su presencia, estos tiempos de refrigerio escapan de nosotros y la lucha persiste.

2 Corintios 5:17 nos dice que “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas.” Al venir a Cristo, nuestra posición ante Él cambia; sucede un cambio de muerte a la vida y esto trae un cambio en nuestra disposición hacia querer servir a Cristo. El problema reside en que no sabemos cómo hacerlo y, para complicarlo más, tampoco entendemos la ¡profundidad de la maldad que reside en nuestro corazón! 

Como el cambio es progresivo, comenzamos a ver los pecados más obvios y luchamos contra ellos, pero los ídolos que están produciendo estos mismos deseos todavía persisten y hasta que los identifiquemos y, más aun, renunciemos a ellos, los tiempos de refrigerio se nos escaparán.

El primer mandamiento de la ley de Dios nos recuerda que “No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ídolo… No los adorarás ni los servirás; porque yo, el SEÑOR tu Dios, soy Dios celoso” (Éxodo 20:3-5). Y Mateo 22:37 confirma que esto es ¡el mandamiento más importante! “AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE.

Para los hebreos, el corazón significaba nuestra disposición combinada con las decisiones pragmáticas que hacemos. El alma significaba nuestras actitudes y la intuición, y la mente significaba el pensamiento racional. Entonces, Cristo está diciendo que Dios tiene que ser primero en todas nuestras decisiones, nuestras actitudes y nuestros pensamientos, y no solamente reservado para nuestras acciones o para ciertas ocasiones, sino todo el tiempo.

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