Por más de diez años trabajé en el mundo del diseño y la construcción. Me fascina esta industria y lo bonito que es poder ser parte del proceso de algo que, del papel, llega a ser algo habitable, tridimensional y que muchas personas pueden disfrutar, ya sea directa o indirectamente.
Cuando leo versículos que tienen que ver con un edificio, templo o construcción, me llaman mucho la atención e intuitivamente creo que Dios me está hablando a mí. Este es un ejemplo:
“¿No se dan cuenta de que todos ustedes juntos son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?”, 1 Corintios 3:16 (NTV).
Le pido a Dios que borre de mi mente y reemplace el concepto de que un templo no es un edificio… ¡El templo de Dios, en el día de hoy, somos nosotros, tú y yo… Juntos!
Jesús es el arquitecto y nos deja ser parte de la construcción. Y no solo es el arquitecto, Él vive dentro de nosotros en este templo; es el cimiento, nuestro amigo, Rey, dueño, Salvador. Por eso nuestro deseo debe ser que siempre se sienta cómodo en Su casa, dentro de nuestro ser.
Mi deseo es que dejemos que Él haga una continua reconstrucción de nuestra manera de pensar y que eche a la basura todo adorno y/o materiales inferiores que nosotros mismos hemos tratado de poner allí… Que a medida que lo conocemos y experimentamos Su amor y gracia, haga una remodelación completa de adentro hacia afuera.
Que Dios pueda vivir en paz dentro de nosotros y que cuando la gente nos vea que quieran conocer a ese arquitecto y maestro de obra que nos está convirtiendo en un templo admirable. Que puedan palpar a un Dios que para ellos es un dios invisible, que seamos templos brillantes en cada lugar que estemos, llenos de paz, llenos de luz, que inspiremos, que ayudemos, que seamos atractivos, que seamos dignos de ser llamados un templo de Dios.
¡Haz todo lo posible para que todos los que están a tu alrededor puedan conocer al Arquitecto Divino!