Un amor como ningún otro

“¿Recuerdas esa vez que estábamos de compras y tú perdiste a Chase?”

Mis hijos son tan generosos en recordarme estas cosas.

Tenían 8, 7, 4 y 2 años y fue dos días antes de Navidad.  Lo sé, lo sé…  el 23 de diciembre no es el día para ir de compras con cuatro niños pequeños. Pero yo deseaba comprar algo especial para su papá, así que puse completamente a un lado mi buen juicio y allá fuimos.

La cantidad de gente era casi inmanejable. Solo la fila para la caja daba la vuelta alrededor del perímetro de la tienda y debe haber sido de unas veinte personas. ¿En qué estaba pensando? Pero ya estábamos allí y yo estaba decidida a no volver a casa con las manos vacías, así que nos aventuramos en la locura con el bebé atado en el coche y tres niños instruidos con firmeza para mantenerse a mi lado.

Al momento pude sentir su pequeño cuerpo contra mi pierna; y al momento siguiente, se había ido. En un mar de gente sin fin y filas de ropa, le buscamos por lo que pareció una eternidad. Nada. Lo llamamos por su nombre… un poco más fuerte con cada intento. Nada. Caminamos – y luego empezamos a correr desesperados– buscando arriba y abajo en cada posible escondite que la tienda tenía. Él no estaba en ninguna parte en la que pudiéramos encontrarlo. Pasados unos minutos, otros compradores y los asistentes del almacén comenzaron a darse cuenta de nuestra situación y empezaron a ayudar con la búsqueda cubriendo simultáneamente varios departamentos y bloqueando las puertas, mientras que buscaban a un niñito aventurero de ojos marrones y pelo rubio de cuatro años que, irónicamente, llevaba puesta su camisa favorita de Súperman.

Yo hubiera hecho de todo en ese momento para tener a mi hijo de regreso. El amor de una madre es muy fuerte en el día a día, pero cuando uno de los suyos desaparece, la profundidad de ese amor se expone y se va a los extremos para asegurar su retorno seguro.

No puedes parar.

No vas a dejar de buscar.

Nunca te rindes…

… Hasta que la persona que amas está de vuelta con seguridad en tus brazos.

David puede haber comenzado como un pastor olvidado, pero a través de la belleza de la Escritura Dios usa su vida llena de propósito para apuntar a un mejor pastor que había de venir: el Gran Pastor que nunca deja de buscar a Su pueblo.

“Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil; mas a la engordada y a la fuerte destruiré; las apacentaré con justicia. Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el Señor.” – Ezequiel 34: 15-16, 31

Este pastor estaba en una misión aún más feroz que la de una madre desesperada que busca a su hijo perdido. Él vendría en la más humilde de las maneras –lo contrario de lo que todo el mundo esperaba– a entregar Su vida para rescatar a Sus ovejas: las que se extraviaron; las que se habían perdido; las que resultaron heridas y estaban débiles. Y todavía hoy, en Su gran amor, Dios nunca deja de buscar con pasión a los suyos…

Busca a los perdidos.

Trae de vuelta a los extraviados.

Los libra.

Él los recoge de forma segura en Sus brazos.

Los alimenta con buenos pastos.

Él venda a los heridos.

El fortalece a los débiles.

Él da el reposo.

Él no se detiene. Él no va a renunciar. Nunca se rinde… hasta que los que ama estén a salvo en Sus brazos.

Después de unos pocos minutos (que se sintieron más como horas), di vuelta a la esquina y allí estaba él. Estaba asustado, confundido, llorando,y solo. Mientras lo cogía en mis brazos, con lágrimas en su rostro, enterró su cabeza en mi pecho y susurró: “No quiero alejarme de ti de nuevo.

¿Te sientes perdida, con temor, confusión, o sola? La verdadera paz, la identidad y el propósito se pueden encontrar solamente en Cristo. Corre a los brazos de tu Gran Pastor, que anhela la bienvenida de vuelta al redil.

Él es Dios y Él te ama como nadie.

Por Whitney D.

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