Hoy encontré un dinosaurio en mi cocina...
Y encontré otro en mi salón. Encontré una pelota de baloncesto en mi armario cuando fui a buscar unos zapatos y un dibujo de un perro súper héroe entre las sábanas de mi hijo mayor. Hoy encontré una Barbie toda pintada con marcador entre la ropa sucia y vi nuevas marcas de lápiz en la pared del baño.
Y hoy recordé cuánto amo a mis hijos.
Me sorprendí. Lo habitual hubiera sido que me pusiera como una furia y empezara a despotricar de lo desordenados que son y de cómo esta pobre mamá trabaja como una esclava para mantener la casa en un mínimo orden.
Pero no. Hoy no.
Quizás sea la edad... Aunque es más probable que la culpa de mi reacción la tenga la pechada de fotos que me di en estos días. Vi fotos de mis hijos cuando eran bebés, sus primeros cumpleaños, sus primeros días de kínder, fechas especiales, momentos inolvidables para nuestra familia. Y ahí me di cuenta de qué rápido están creciendo.
Sé que lo digo todo el tiempo y que me has oído hablar sobre esto antes. Pero ¡oh! Creo que por primera vez fui plenamente consciente de que nuestros hijos crecen y crecen rápido.
Llegará un momento en el que ya no haya dinosaurios en la cocina, en el que ya no quieran estar conmigo cada segundo del día, en el que no inicien una conversación nueva cada tres minutos y medio, en el que no me pidan que les lea, que juegue con ellos o, simplemente, que me ría con ellos.
Llegará un día en el que saldrán de mi hogar para hacer los suyos propios, un día en el que la casa estará atronadoramente limpia, recogida... y vacía.
Llegará un día en el que no sepa qué hacer con mi tiempo libre.
Y quiero esperar ese día con gozo, con la satisfacción del deber cumplido, con una sonrisa en mi boca al recordar los momentos vividos en su niñez y en su primera juventud. No con lágrimas, ni con arrepentimiento, ni con un sabor amargo en la boca del tiempo pedido que nunca va a volver atrás.
Nunca es tarde para invertir en la vida de tus hijos. Nunca. No importa su edad, tan solo, no dejes pasar un día más.
Deja el teléfono en espera, apaga la televisión y desconecta el WI-FI. Olvídate de los problemas del trabajo, de las facturas, de la lista de cosas por hacer y pasa tiempo con tus hijos.
Invierte en sus vidas, háblales del Señor, lee la Biblia con ellos, enséñales a orar, muéstrales el amor de Cristo a través de tu vida. Enséñales lo que es crecer en el fruto del Espíritu, cómo debe vivir un creyente. Que aprendan en casa valores que les sirvan cuando se hayan ido, ayúdales a crecer en el Señor y a forjar su fe.
"Un cristiano debe vivir de tal manera que todo el mundo sepa que lo es... especialmente su familia". - D.L. Moody
Hay veces en las que nos dedicamos a cumplir con los de fuera fallándoles a los de dentro, dividiendo nuestra atención entre las necesidades "grandes" de las personas a las que ministramos y las "pequeñas" de nuestro hogar. ¡Oh Señor! Ayúdame a nunca, nunca más pensar así.
“…porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” –1 Timoteo 5:8
Cuando mencionamos este versículo, generalmente nos enfocamos en lo material. Pero proveer para los nuestros, va mucho más allá de las meras cosas. Es proveer tiempo. Es proveer cariño. Es proveer atención. Es proveer para sus necesidades.
Y si yo, Edurne, alias "mamá", no proveo para los de mi casa de todo lo que necesitan física, emocional y espiritualmente, he negado mi fe y soy peor que una incrédula.
Nunca hubiera pensado que encontrar un dinosaurio en mi cocina pudiera llenar mi corazón de esta manera.
Cada día tiene 1.440 minutos ¿Cómo vas a invertir los tuyos hoy? ¿Cómo vas a invertir en los de tu casa hoy?