Un domingo, un sermón y "tirar la toalla"

Fue uno de “esos domingos”. Tenía muchas cosas que alistar antes de salir para la iglesia. Y si eres mamá seguro sabes que en esos días en que necesitamos andar más rápido, nuestros hijos deciden andar más despacio. O estar más sensibles que nunca. O ambas cosas a la vez.

Así me pasó. Y estaba un tanto frustrada con uno de ellos. Me fui de la casa pensando qué difícil es ser madre y mucho más difícil serlo de una manera que honre a Dios y rinda frutos. Indefectiblemente estos pensamientos siempre me llevan a cuestionar si podré con la tarea, si soy apta para el llamado de la maternidad, si estoy haciendo algo bien…

Llegó la hora del sermón y era un pastor invitado. Tremendo mensaje, sencillo pero poderoso. Cargado de un testimonio que también me hizo reflexionar en muchas cosas. Y aunque su sermón estaba dirigido sobre todo a nuestra función en el ministerio y el servicio a Dios, las palabras de uno de los textos que usó saltaron a mi vista y me llevaron a lo que había sucedido un par de horas antes en mi casa. 

Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero”, 2 Timoteo 2:5-6

Quizá las leas y pienses “¿qué tiene que ver ese pasaje con lo que pasó en su casa?” Verás, cualquier cosa en la que queramos tener éxito implicará una lucha, un esfuerzo.

Y eso aplica a cualquier aspecto de la vida, incluyendo mis luchas como madre. En numerosas ocasiones he sentido deseos no solo de tirar la toalla, sino todo el closet donde guardo todas las toallas {Es una hipérbole, pero creo que entiendes la idea}. Con los hijos, con el matrimonio, con el ministerio, con las amistades… hasta conmigo misma. Me parece que la lucha es demasiado fuerte o imposible de ganar. Pero nadie se lleva un premio sin haberse esforzado para ello. No hay labrador que pueda obtener frutos sin el trabajo que requiere la cosecha.

Dios nos ha llamado a diferentes cosas, en diferentes momentos y circunstancias. Sin embargo, el hecho de que nos ha llamado es evidencia de que él considera que podemos asumir el reto y llegar al final para obtener el premio, los frutos. ¿Que será fácil? No, en ninguna parte de la Biblia dice eso. No es tarea fácil criar hijos, formarlos, educarlos, instruirlos en la Palabra. NO ES FÁCIL.

No es fácil tener un buen matrimonio. Se necesita perdonar y aprender a pedir perdón. Hay que despojarse de orgullo y velar primero por esa otra persona que ahora se ha convertido en tu mitad. Tenemos que amar y punto.

No es fácil tampoco servir a Dios. Tiene un precio alto. Las luchas abundan. No siempre los resultados llegan cuando queremos.

La vida, en pocas palabras, no es fácil. Pero no estamos aquí para lo fácil, estamos aquí primero que nada para que Dios se lleve la gloria. Estamos aquí para cumplir con su propósito, para que él nos moldee a su imagen. Estamos aquí para expandir su reino. Y todas esas cosas, querida lectora, son tareas difíciles. 

¿Cuál es la esperanza entonces? Que aunque la vida es difícil, es un don precioso. Y tenemos la garantía de no estar solas, Jesús dio la promesa de estar a nuestro lado, fuera lo que fuera. Tenemos la promesa de la victoria, porque él venció. Tenemos la promesa de estar sembrando hoy para recoger mañana. Y tenemos la promesa de toda una eternidad donde por fin lo difícil terminará y vendrá “lo fácil”.

Es muy probable que en algún momento pensemos en rendirnos. Cuando eso pase, recuerda, no estamos aquí para lo fácil, tenemos que trabajar, tenemos que luchar y esforzarnos. La cosecha llegará cuando sea tiempo. 

Eso lo aprendí un domingo, con un sermón, cuando pensé en que debía “tirar la toalla”.

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