A partir del Salmo 4, en muchos otros observaremos una serie de órdenes dirigidas hacia el ejecutor del mismo. Su autor, David, instruye lo siguiente: “Para el director del coro: Salmo de David; acompáñese con instrumentos de cuerda”
Vemos que David hace tres cosas:
1- Asigna quién ha de ejecutar la pieza = el director del coro.
2- Ordena la manera en que ha de ejecutarse la pieza = acompañada con instrumentos.
3- Asigna el tipo de instrumento a utilizarse = uno de cuerdas.
A pesar de ser un Salmo o cántico de su propia inspiración y que le ha surgido de forma espontánea, es interesante cómo el Salmista establece orden y disciplina en el ejercicio de adoración.
De una forma un tanto similar, en Juan 4:24 Jesús le dice a la mujer Samaritana de qué manera los verdaderos adoradores (“músicos principales”) debemos adorarle: “en espíritu y en verdad”.
Nosotras somos los “músicos principales”. Somos las ejecutoras de la adoración y Dios es nuestro espectador. Él espera que tengamos el mismo esmero y cuidado al elegir nuestras canciones si hemos de ejecutar una pieza musical de forma individual y pongamos nuestra mente, alma y espíritu cuando lo hacemos de manera corporativa. ¡Que más decir de la forma en que debemos apartar nuestras ofrendas! ¿Estamos entregándole nuestras primicias?
Como Maestras del Bien, recordemos que Dios: “Por su amor, nos predestinó para ser adoptadas hijas suyas por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptas en el Amado”, (Efesios 1: 5-6).
¡Que gran responsabilidad! Pero mejor que eso… ¡Que tremendo privilegio!