Una palabra que tiene poder

Conocí a un pastor norteamericano que ya está con el Señor y que fue un gran conocedor de la Palabra y excelente predicador. En una oportunidad, cuando servía como orador principal de un retiro en el que yo participaba como su intérprete, nos dijo algo sobre la manera en que él estudiaba la Palabra de Dios que nunca he olvidado. 

Nos contó que cada vez que se sentaba a leerla, él oraba con las palabras del versículo 18 de Salmos 119: “Abre mis ojos, para que vea las verdades maravillosas que hay en tus enseñanzas”. 

¡Cuánta sencillez y a la vez profundidad! Con nuestros ojos naturales podemos leer la Biblia pero no descubriremos su verdad; sin embargo, cuando Dios abre nuestros ojos, las maravillas de sus enseñanzas comienzan a cobrar vida. No sé si lo has probado, pero la próxima vez que te sientes a leer la Biblia, pídele a Dios que abra tus ojos para que puedas ver lo que él tiene para ti.

Y es evidente que el autor de este Salmo tenía sus ojos bien abiertos, porque mira lo que escribió en el versículo 25: “Estoy tirado en el polvo; revíveme con tu palabra”. Este hombre entendió que solo la Palabra de Dios puede revivirnos cuando estamos en los sitios más oscuros y profundos. Esa es una de sus maravillas. 

Imagino que tú, como yo, has pasado por momentos de sentir que estás tirada en el polvo. ¿Cuál es tu reacción? Muchas veces lloramos, otras corremos a contarle a alguien, quizá como a mí te gusta escribirlo; pero la verdad es que ninguna de estas cosas nos puede revivir, solo la Palabra de Dios tiene ese poder. Y fíjate que aunque este hombre sufría tristeza, él buscaba aliento en la Palabra (“Lloro con tristeza; aliéntame con tu palabra”, v. 28). Nuestra arma contra el desánimo, la tristeza y muchas otras cosas que el maligno trata de presentarnos tiene que ser la Palabra de Dios.

Observa lo que dice el versículo 29: “Líbrame de mentirme a mí mismo; dame el privilegio de conocer tus enseñanzas”. ¡Cuántas veces vivimos experiencias que solo son el resultado de mentiras que nos creemos, o incluso concebimos en nuestra propia mente pero que no tienen nada que ver con la verdad de Dios! No sé tú, pero yo quiero usar este versículo como oración personal. No quiero tener “mi verdad”, solo quiero la verdad de Dios.

La Palabra de Dios “deja al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos”, nos revela la verdad. No quiero vivir engañada ni presa de mis percepciones o conceptos, quiero la verdad de Dios que es la única que nos hace libres… y felices.

Lee conmigo el versículo 35: “Hazme andar por el camino de tus mandatos, porque allí es donde encuentro mi felicidad”. Estoy segura de que quien escribió esto ya había probado otros caminos donde no encontró la felicidad que buscaba (lee el versículo 36). Quizá halló alegría momentánea, satisfacción temporal. Pero llegó a entender que al andar en los caminos de Dios experimentamos la verdadera felicidad.

¿Qué clase de felicidad estamos buscando? ¿Efímera, como todas las cosas de este mundo, o eterna, como lo que Dios nos ofrece al vivir conforme a su Palabra? Más de una vez me he sentido atraída por lo efímero, al punto de que me quita la alegría… ¡qué búsqueda tan inútil! 

Mi querida lectora, no caigamos en esa trampa. Podemos experimentar una felicidad superior. Busquemos la obediencia a Dios. No siempre será fácil. Es un acto contrario a nuestra naturaleza caída e imperfecta. Pero ¡cuán grande es la recompensa! Lee Deuteronomio 28 y verás la gran diferencia entre obedecer los mandatos de Dios y no hacerlo.

Yo quiero, como el autor de Salmos 119, apartar mis ojos de cosas inútiles y vivir la vida como Dios la diseñó, una vida regida por su Palabra. ¿Tú también? Espero que sí.

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