Verdad que permanece

He tenido el privilegio de haber sido criada y educada por una Maestra del Bien. Recuerdo en mi niñez que mi madre tenía varios cuadros con versículos bíblicos colgados en diferentes partes de la casa.

De manera especial permanece vívida en mi memoria la imagen de un pequeño cuadro pintado a mano, con fondo negro, letras color blanco y un dibujo de las palmas de unas manos juntas en actitud de oración, con el siguiente verso:

“En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado”, (Salmo 4:8).

Al estar aprendiendo a leer, recuerdo cuánto esfuerzo tuve que hacer para leer de forma correcta las pausas luego de cada signo de puntuación y que finalmente hiciera sentido el mensaje contenido en el verso.

No recuerdo si es que el viejo cuadro se deterioró. Lo cierto es que mi madre siempre se las ingenió para tener otro cuadro con el mismo versículo colgado de la pared a la cabecera de su cama.  Esta vez en serigrafía, enmarcado en cañuela blanca, con la ilustración de la ventana de una iglesia de diseño un tanto renacentista.

A través de los años perdí el rastro del mismo. El cuadro desapareció, sin embargo, el versículo se grabó en mi mente de forma tal que nunca lo olvidé. Y es que tal cual leemos en Hebreos 4:12, la “Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”.

En el Salmo 4 David escribe sobre los falsos testimonios, calumnias, acusaciones y persecuciones que padecía, pero concluye su queja con el versículo descrito al principio.

David divide el proceso en dos: ir a acostarse y dormir.  En ambos casos confía que la paz de Dios reinará no importando sus circunstancias. Por lo tanto, no solo se acostará y dormirá en paz, sino que VIVIRÁ CONFIADO de manera permanente.

Vivimos en un estado de inseguridad constante. El mundo a nuestro alrededor se resquebraja, hay amenazas de terrorismo, guerras, suceden catástrofes, todo tipo de calamidades… ¡reina la incertidumbre! Cada vez es más difícil acostarnos, dormir y vivir en paz. Es ahora cuando impera la necesidad de que impregnemos nuestra mente y corazón de aquello que permanece para vida eterna: ¡La Palabra de Dios!

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