Vuelve a Dios y Él te acercará (Parte 2)

En la primera parte vimos cómo es imposible para un ser impío estar en la presencia del Señor y, por ende, automáticamente nos alejamos de Dios. En esta segunda parte  veremos el mundo en que vivimos y veremos la maravillosa obra de nuestro Señor en nuestras vidas.

Vivimos en un mundo caído, en medio de una guerra espiritual y las fuerzas de las tinieblas, aunque no son visibles, son palpables. Sin la protección de Dios viviríamos sobrecogidos de miedo, con preocupaciones, ansiedad y vergüenza. El único sitio donde estamos protegidos es cuando estamos caminando con Él. Es como si fuéramos caminado bajo la lluvia, pero mientras estamos bajo el paraguas de Dios, quedamos secos. Sin embargo, tan pronto salimos del paraguas, la lluvia nos moja. 

La única forma de erradicar estas emociones es a través del perdón del pecado por la obra de Jesucristo en la cruz, para que seamos adoptados en la familia de Dios. Y como hijos podemos decir: “si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Romanos 8:31). Nuestra capacidad de tener éxito depende totalmente de nuestro caminar con él (Juan 15:5), y cuando persistimos en pecado, no solamente perdemos su protección, más aún Dios mismo es quien nos entrega a nuestros enemigos, de nuevo para nuestro bien, con el propósito de que volvamos a él (Ezequiel 39:23), porque sin él la vida no solamente se vuelve de mal y peor, sino que carece de propósito.

Como cristianos tenemos muchos enemigos, ¡incluyendo nuestro propio corazón! Isaías 64:7 nos enseña: “Y no hay quien invoque tu nombre, quien se despierte para asirse de ti; porque has escondido tu rostro de nosotros y nos has entregado al poder de nuestras iniquidades”. Gálatas 5:17 nos demuestra la razón: “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis”. 

Los deseos naturales de nuestro corazón son pecaminosos y la única forma de dominarlo es “Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne” (Gálatas 5:16). Es importante identificar que nuestros enemigos incluyen los principados y potestades, el sistema del mundo y nuestro propio corazón. Sin el poder del Espíritu Santo iluminando nuestras vidas, nuestro corazón nos engaña (Jeremías 17:9) y empeoramos cada día hasta destruir nuestras propias vidas.

Sin embargo, servimos a un Dios misericordioso, quien renueva su misericordia diariamente. Esto requiere que nos humillemos y volvamos a él.  “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Santiago 4:8). Sin arrepentimiento, el rostro de Dios sigue escondido, pero cuando volvemos a él, él es fiel y nos sana (Jeremías 3:22). 

Por su misericordia, aún su disciplina tiene el propósito de sanarnos y volvernos a él (Isaías 54:8). Aunque su rostro se esconda, su oído se mantiene inclinado para oír nuestras suplicas (Salmo 22:24). Él es fiel a los suyos y “está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad” (Salmo 145:18).

Cuando nos volvemos a él, suplicamos su perdón y obedecemos de nuevo a sus estatutos, su presencia de nuevo se hace real a nosotros (Malaquías 3:7). Dios es un Dios bueno, misericordioso, lleno de compasión y su anhelo es tenernos cerca para recibir su protección y para completar los planes de bienestar que él tiene para nosotros. Y aún más, cuando nos mantenemos cerca de él, tenemos la garantía de que “los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor” (Salmo 34:15).

Y “como todas las cosas cooperan para bien” (Romanos 8:28), la misma misericordia de Dios es lo que produce el vacío y dolor en nuestras vidas cuando estamos en pecado para crear nuevamente el anhelo de estar cerca de él. Él no es un juez malo, sino un juez justo que está dándonos una nueva oportunidad de obtener los beneficios que Él anhela darnos. Regresa a él, para que él te limpie y te dé un corazón nuevo.

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