“El que fácilmente se enoja hará locuras”, Proverbios 14:17
La ira es una de las debilidades del carácter que más nos afecta personal y socialmente. Es una conjunción de sentimientos negativos de frustración que generan enojo e indignación y se manifiesta en un deseo de venganza y violencia contra los demás y hasta uno mismo.
La ira parte de problemas que no son resueltos y terminan en una falta de perdón que nos aprisiona y sofoca. Aunque la ira afecta a todos en algún momento, quienes son dominados por ella reflejan un semblante de dureza, cinismo y amargura. Este sentimiento les lleva al descontrol, infelicidad y reacciones impulsivas y violentas, que hacen que actúen de maneras contrarias a quienes son en verdad.
La persona airada se llena de odio, se vuelve rebelde, criticona, resentida, vengativa y no puede controlar su lengua diciendo cosas impuras. Cuando no es tratada a tiempo se habitúa a una conducta inapropiada y destructiva.
Sin embargo, la Biblia enseña que la ira es normal ante situaciones de indignación por el pecado y la injusticia, siempre y cuando le demos una salida rápida y apropiada de nuestro corazón. Una actitud de ira constante puede llegar a enfermarnos y afectar nuestro rendimiento en todas las áreas, incluso, hasta en nuestra manera de pensar y ver las cosas coherentemente.
Según Mateo 5:21-22 la ira es muy peligrosa y además da lugar “al diablo” (Efesios 4:26). La ira:
- Trae males (Proverbios 19:19)
- Es contagiosa (Proverbios 22:24-25)
- Estorba nuestras relaciones (1Timoteo 2:8)
- Nos hace maldecir (Santiago 1:19), y
- Hace locuras (Proverbios 14:17)
La mejor manera de vencer el enojo y obtener sanidad es:
- Desechar la ira (Salmo 37:8)
- Quitarnos la ira (Efesios 4:37)
- Bendecir a los causantes de nuestro malestar (Romanos 12:14)
- Dejar lugar a la ira de Dios (Romanos 12:19)
- Ceder el control al Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23)
- Vencer con bien el mal (Romanos 12:14, 17, 20-21)
- Ceder nuestro derecho Dios (Romanos 12:19)
El enemigo continuamente buscará la manera de dañarnos e indisponernos con otras personas. Sin embargo, como nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12), no tenemos el derecho de amargarnos (Hebreos 12:15) o vengarnos (Romanos 12:19) como una alternativa para responder a las ofensas. Debemos encomendarle nuestra causa al que juzga justamente (1 Pedro 2:23); ¡a nuestro Padre Celestial!
Oración: Padre, estoy airada y de mal genio. He perdido la paz y el gozo porque no he confiado en ti. Perdóname. Se tú mi justicia y sana mi corazón. Por Jesús, amén.