Martillo y fuego

“¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?”, Jeremías 23:29

La Palabra de Dios es tan increíblemente maravillosa, que para que podamos entender todo el alcance de las acciones divinas que ella es capaz de realizar en la vida del creyente y del no creyente, la misma Escritura tiene que valerse de múltiples figuras que le permitan describir su carácter, función, naturaleza y propósito. 

La Biblia es una lámpara que ilumina nuestro sendero (Salmo 119:105); ella es espejo que muestra nuestras imperfecciones (Santiago 1:23); es leche espiritual que nos ayuda a crecer en el camino de la salvación (1 Pedro 2:2); es música que alegra el corazón (Salmo 19:8); es alimento que sustenta el alma (Mateo 4:4).

La Palabra de Dios es también espada de dos filos que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12); es semilla de convicción que sembrada en el buen terreno del corazón da frutos para la eternidad (Lucas 8:11); es agua que limpia y purifica (Juan 15:3); es un mapa para el peregrino extraviado que le señala el camino correcto (Salmo 119:176); es como la lluvia de los cielos que riega la tierra y la hace germinar (Isaías 55:10-11).

Su valor sobrepasa por mucho al valor del oro, y el oro afinado (Salmo 19:10); su sabor es dulce como el de la miel, y la que destila del panal (Salmo 19:10); su pureza se compara a la de la plata refinada siete veces en un horno (Salmo 12:6); su esencia es la Verdad, la verdad de Dios (Juan 17:17); sus principios son eternos (Mateos 25:35), y su propósito: Impartir salvación y vida eterna (Juan 6:63).

Pero de todas esas metáforas de las que se valieron los escritores sagrados para declarar lo que la Palabra de Dios es en sí misma, mi favorita es la que encontramos en el texto de hoy: “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?”. La Biblia es como fuego que nos limpia, refina y purifica de la escoria del pecado (Isaías 4:4), pero también es como martillo que quebranta el corazón más endurecido, como el de Saulo de Tarso. Es martillo que moldea nuestros corazones para alcanzar la forma final que Dios anhela, para que nos conformemos a Su voluntad.

Oración: Señor, te damos gracias por este, tu libro, tan único y especial. Que pueda atesorarlo siempre en mi corazón. En el nombre de Jesús, amén.

Por Carmen García de Corniel

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