“Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”, Salmos 103:1
Todos somos dados a olvidar, especialmente las bondades de que hemos sido objeto. El recuerdo es muchas veces negativo; nos acordamos de nuestros problemas, de las injusticias sufridas, de los desprecios que nos hacen, de las ofensas recibidas, en fin, de todo cuanto puede resultarnos desagradable; pero, en la misma medida, somos dados a no recordar los favores recibidos.
Esto ocurre también con Dios. En nuestra mente están grabadas con el fuego de la prueba las experiencias dolorosas del camino; ahí, presentes, están nuestras lágrimas, las tristezas y quebrantos; la experiencia de habernos sentido solos y desamparados cuando, según nuestro pensamiento, más lo necesitábamos.
Todas estas tribulaciones, firmemente establecidas en nuestro recuerdo e, incluso, en nuestro corazón, nos hacen olvidar lamentablemente los favores recibidos. En esa situación podemos llegar a un espíritu resentido que genera raíces de amargura. David exhorta a su alma a que no ocurra esto y le dice: “Bendice, alma mía, a Jehová. Y no olvides ninguno de sus beneficios”.
Para no olvidarse de los beneficios es preciso recontarlos. El Salmo nos ayuda en esto. Dios nos ha perdonado todas nuestras iniquidades. En la Biblia se usa el término como sinónimo de pecado, especialmente al referirse a la culpabilidad personal; es siempre la consecuencia de un pecado cometido voluntariamente contra Dios; es, sin duda, un motivo de gratitud saber que Dios nos ha perdonado, no alguna, sino todas nuestras iniquidades. Podemos ver sobre nosotros un cielo despejado de nubes de ira en el que brilla continuamente el sol de la comunión con Dios.
Además sana todas nuestras dolencias; no se trata sólo de enfermedades físicas, sino de algo más grande: “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmo 147:3); se trata de las heridas del alma, de la angustia del corazón, de la aflicción del espíritu; Él nos da la bendición de nuestra liberación espiritual.
No debemos olvidar que también “rescata del hoyo tu vida”, esto es “rescata el alma de sus siervos” librándonos de la muerte eterna; así podemos decir “ya no hay ninguna condenación para los que estamos en Cristo” (Romanos 8:1). Cada día nos “corona de favores y misericordias”; su gracia nos ama sin merecerlo; su mano de bendición se ha abierto para nosotros hoy; nuestras miserias son pasadas por su corazón y nos extiende su misericordia; clamamos y somos oídos; pedimos fuerzas y somos revestidos de las suyas; rogamos en las pruebas y abre una puerta para que podamos estar firmes.
Además “sacia de bien tu boca”, para que tengamos fuerzas renovadas en cada momento; podemos con su fortaleza remontar el vuelo sobre nuestras miserias y subir a lo alto, sobre los montes de las tristezas y los collados del desaliento para estar cerca de quien es el Sol de justicia, y gozar el calor de Su presencia que disipa el frío de las pruebas.
Cuando pienso en todas las bendiciones recibidas no habrá cabida en mi mente para el desaliento.
Oración: Señor, que no me olvide jamás de tus beneficios. En el nombre de Jesús, amén.
Por Samuel Pérez Millos